Bajo las teclas ruinosas de un destrozado piano nos llega el noveno disco de estudio del teclista Derek Sherinian, uno de esos nombres capitales del progresivo (e incluso del metal) por haber puesto su talento en bandas del calibre de Dream Theather, Sons of Apollo o Black Country Communion. Un trabajo que se convierte en un homenaje al progresivo de los setenta en el fondo (desde Yes hasta Emerson, Like and Palmer) pero polifacético en la forma (jazz, funky, blues o metal) donde da rienda suelta a su desbordada imaginación en las composiciones, con una pléyade de invitados impresionante y sus dos colaboradores más fieles en la base rítmica como son Simon Philips a la batería y Tony Franklin al bajo.
“Vortex” empieza con un tema casi homónimo titulado “The vortex” donde se inicia un fantasmagórico teclado con la estupenda guitarra de Steve Stevens en un clásico tema de rock progresivo de casi cuatro minutos y medio que sirve de excelente carta de presentación y al que sigue “Fire horse” con las reconocibles seis cuerdas del guitarra de Extreme Nuno Bettencourt donde a pesar de esos primeros compases cercanos al hard rock pasa enseguida a convertirse en una canción de tono funky aunque con algún punteo metalero, sin dejar de orbitar sobre la onda del progresivo, del que Sherinian es uno de sus principales adalides. Lo que sí sorprende es el protagonismo de las guitarras, casi tanto como del sintetizador. Es como si Sherinian hubiese decidido que la cuerda pulsada sirviera como remedo de la carencia de voz, lo que contrasta con “Scorpion”, sin ningún invitado a las seis cuerdas y donde el trío de bajo, batería y Sherinian sustituyendo al el sintetizador por el piano nos hacen transitar por los pantanosos recorridos del progresivo setentero recordándonos al Tarkus o al «Close to the edge». Una joyita escondida en el “Vortex”, al que sigue el espacial inicio de “Seven seas” que deja paso, de nuevo, a la guitarra de Steve Stevens en un alambicado arranque que combina el jazz con el rock.
La segunda parte del álbum se inicia con “Key lime blues” con su compañero en Black Country Communion Joe Bonamassa donde a pesar de que la formación que les unió jugaba entre el hard rock y el blues rock del que Bonamassa es una de sus caras más visibles y el título de la canción indica esos derroteros hay bastante más de funky progresivo que de cualquier otro estilo. Eso sí, el ritmo y el groove es irresistible resultando complicado no mover la cabeza o los pies mientras suena su perfecta melodía con el apoyo de una segunda guitarra rítmica a cargo de Steve Lukather. Y con un comienzo oriental llega “Die Kobra”, con dos titanes de las seis cuerdas como son Michael Schenker y Zakk Wylde ofreciendo una antológica fusión de progresivo, hard rock y metal interpretado variando la velocidad a voluntad y con el punto álgido en el punteo central. Otra muesca más en el repertorio de grandes composiciones que nos ofrece “Vortex”, tanto que la fusión de jazz y rock de “Nomad’s land”, sin estar mal, nos resulta más monótona, sobre todo si la comparamos con “Seven seas”. A pesar de ello nada que objetar nada a la banda de Sherinian y al guitarra invitado Mike Stern en una transición al fin de fiesta con “Aurora australis” y sus más de once minutos de duración que como es de suponer en una composición tan larga tiene todo tipo de cadencias y progresiones, con la guitarra de Ron “Bumblefoot” Thal dando color rockero en otro tema setentero que nos lleva a los Emerson, Lake and Palmer, Yes, King Crimson u otros monstruos del rock progresivo británico de los setenta. Quizás Derek Sherinian no esté, todavía, en ese escalón como compositor pero a buen seguro que su teclado podría adornar a cualquiera de esas históricas formaciones. Lo cual es decir mucho.
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