Allá por el 2002 descubrí a Edgar Wright como director de este estupendo video clip. Posteriormente el director británico nos ofreció un par de películas tan desenfadas como Zombies party y Arma fatal para posteriormente defraudarnos Scott Pilgrim contra el mundo y Baby driver. Cualquiera que haya visto un film de Wright podrá suponer que la música es una pieza clave en su cine. De hecho, también tiene ahora mismo en cartelera su documental sobre ese inclasificable dúo de marcianos llamado Sparks, pero hoy toca hablar de Last night in Soho.
Como era de esperar, en Last night in Soho hay mucha y buena música. Casi se podría decir que es parte del reparto. Wright se basa en la música para definir el carácter de la protagonista, una joven actual que vive inmersa en el pasado, y una época, los años sesenta. Wright dirige con soltura y ritmo esta historia que va cambiando de tono y no aburre nunca. Por mucho que los trailers de Last night in Soho nos hayan contado demasiado, la película se ve con interés. Puede que buena parte del mérito se deba a la inclusión de fantásticas canciones británicas de los años 60 como el Downtown de Petula Clark, la propia Last night in Soho, You’re my world de Cilla Black, A world without love de Peter & Gordon o el Eloise de Barry Ryan (de la cual Tino Casal hizo una gran versión). Por su banda sonora también se pasea en un momento dado el Happy House de Siouxsie & the Banshees. Lo dicho, una banda sonora que sirve de perfecto hilo conductor para una historia que es un homenaje esos idealizados años 60 y, en especial, a ese Swinging London que quizás no fuera tan idílico. Toda la ambientación, la fotografía del coreano Chung Chung-hoon (habitual colaborador de Park Chan-Wook) y la dirección artística de la recreación del Londres de los años 60 me ha resultado sobresaliente.
Pero ya sabemos que ara que una película funcione haca falta algo más que una buena banda sonora y una buena ambientación. Hacen falta una historia y unos personajes. En Last night in Soho hay una buena historia que sucede en dos planos temporales separados y unos personajes bastante bien construidos. Casi todo el peso del film cae en la joven Thomasin McKenzie, una estrella en ciernes, y en Ana Taylor-Joy, ya casi una estrella consagrada. Lo cierto es que creo que sale ganando Thomasin McKenzie simplemente debido a que su personaje está mejor construido y sale más en pantalla. El personaje de Ana Taylor-Joy es la clave de la trama pero me resultó un poco desdibujado, aunque todo tiene su motivo. Siguiendo con el reparto, opino que ha sido un acierto haber incluido en el reparto a un par de supervivientes de aquel Swinging London como son Terence Stamp (que saltó a la fama con El coleccionista, 1965) y Diana Rigg (que fue chica Bond en la mejor película sobre 007, Al servicio secreto de su majestad).
Cuando el sueño se torna pesadilla el film gira hacia el cine de terror de fantasmas y sangre, aunque sin caer nunca en el gore ni en los sustos baratos. Algo que es de agradecer aunque probablemente decepcionará a los amantes del terror moderno. El film pierde algo de glamour pero gana en tensión aunque el desenlace sea un poco previsible.
Creo, sinceramente que Edgar Wright ha intentado hacer un homenaje al cine británico de los años 60 como Blow-up, El fotógrafo del pánico o la citada El coleccionista antes que hacer un film de terror moderno.
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