El poema 88 de Las Flores del Mal se titula ‘A una mendiga pelirroja’. Un poema que es la descripción de una mujer que se encuentra en la indigencia. Y nuestro poeta relata la esencia de lo que ve en la imagen de esa mujer.
LAS FLORES DEL MAL – CHARLES BAUDELAIRE
À UNE MENDIANTE ROUSSE
Blanche fille aux cheveux roux,
Dont la robe par ses trous
Laisse voir la pauvreté
Et la beauté,
Pour moi, poëte chétif,
Ton jeune corps maladif,
Plein de taches de rousseur,
A sa douceur.
Tu portes plus galamment
Qu’une reine de roman
Ses cothurnes de velours
Tes sabots lourds.
Au lieu d’un haillon trop court,
Qu’un superbe habit de cour
Traîne à plis bruyants et longs
Sur tes talons ;
En place de bas troués,
Que pour les yeux des roués
Sur ta jambe un poignard d’or
Reluise encor ;
Que des nœuds mal attachés
Dévoilent pour nos péchés
Tes deux beaux seins, radieux
Comme des yeux ;
Que pour te déshabiller
Tes bras se fassent prier
Et chassent à coups mutins
Les doigts lutins,
Perles de la plus belle eau,
Sonnets de maître Belleau
Par tes galants mis aux fers
Sans cesse offerts,
Valetaille de rimeurs
Te dédiant leurs primeurs
Et contemplant ton soulier
Sous l’escalier,
Maint page épris du hasard,
Maint seigneur et maint Ronsard
Épieraient pour le déduit
Ton frais réduit !
Tu compterais dans tes lits
Plus de baisers que de lis
Et rangerais sous tes lois
Plus d’un Valois !
— Cependant tu vas gueusant
Quelque vieux débris gisant
Au seuil de quelque Véfour
De carrefour ;
Tu vas lorgnant en dessous
Des bijoux de vingt-neuf sous
Dont je ne puis, oh ! pardon !
Te faire don.
Va donc, sans autre ornement,
Parfum, perles, diamant,
Que ta maigre nudité,
Ô ma beauté !
A UNA MENDIGA PELIRROJA
Muchacha blanca de pelo rojizo,
cuyo vestido por sus agujeros
permite ver la pobreza
y la hermosura,
para mí, poeta esmirriado,
tu joven y enfermizo cuerpo,
lleno de pecas,
tiene su dulzura.
Llevas más galantemente
que una reina de novela rosa
sus sandalias de terciopelo
tus pesados zuecos.
En lugar de un harapo corto,
un soberbio abrigo de corte
cae con escandalosos y prolongados pliegues
sobre tus talones;
En lugar de medias rotas,
que en la mirada de los desvergonzados
sobre tu pierna, un puñal de oro
reluzca todavía;
Que para desnudarte
tus brazos se hagan de rogar
y espanten con sacudidas rebeldes
los traviesos dedos,
Perlas del agua más preciosa,
sonetos del maestro Belleau
por tus amantes encadenados
entregándose sin descanso,
Falsos rimadores
dedicándote sus esplendores
y contemplando tu zapato
bajo la escalera,
Más de un page prendado del azar,
más de un señor y más de un Ronsard
espiarían por placer
¡tu fresco rincón!
Contarías en tus dormitorios
más besos que lirios
y guardarías bajo tus leyes
¡más de un Valois!
—Sin embargo vas mendigando
unos cuantos deshechos yacentes
en el umbral de algún Véfour
de una encrucijada;
Vas buscando de reojo por debajo
joyas de veintinueve duros
que yo no podría, ¡oh! ¡perdón!
regalarte.
Ve pues, sin ningún otro adorno,
perfume, abalorios, diamante
que tu delgada desnudez,
¡Oh querida mía!
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