Uno de los platos fuertes de Netflix, desde hace un par de años, cuando llega el verano es el estreno de la nueva temporada de Stranger Things. En este 2019 llega su tercera entrega y viendo el resultado la serie sigue manteniendo el buen tono de las dos anteriores.
La acción se sitúa en 1985 y vemos la evolución de los jóvenes desde la niñez a la adolescencia, los primeros amores y el cambio en sus intereses. Todo ello unido a dos tramas paralelas, una donde se prepara una invasión soviética y otra donde el «azotamentes» intenta acabar con «Once», la chica con poderes telequinésicos. Como es de prever, las dos historias se unirán en el desenlace. Ocho episodios que comienzan con los grupos dispersados y que con el paso de los capítulos tienden a unirse para formar un bloque compacto, manteniendo la máxima de que «la unión hace la fuerza», todo sazonado con el paso del tiempo y del cambio de época pues tiene importancia la inauguración de un centro comercial, que se convierte en un personaje más, al ser el primero «mall» en el ficticio Hawkins en Indiana, un tipo de construcción forjado en esos ochenta, donde convivían tiendas de ropa, de restauración y cines, como sucedía en La Vaguada en Madrid, primera de estas superficies «todoterreno», obra de César Manrique (única obra del artista canario en la capital de España) y donde comenzó el concepto de multicine, cosa que narra bien «Stanger Things 3» con guiños a películas de la época que podemos ver anunciadas y un sentido homenaje a «Regreso al futuro» o «La historia interminable».
Un acercamiento a la nostalgia, acrecentado por la otrora estrella Winona Ryder, cada vez más protagonista y que se convierte, una vez más, en una hábil detective de la mano del sheriff que encarna David Harbour, resolviendo una conspiración comunista en la línea de aquella cintas de la época como «Amanecer rojo» o «Invasión Usa», mientras que la parte fantástica la comanda el grupo de jóvenes, en su lucha contra las fuerzas de la otra dimensión. Esta dicotomía está bien llevada por los Hermanos Duffer en su labor de unir acción, aventura y ciencia ficción aunque el final del último episodio sea lacrimógeno, como cada vez que hay una gran pérdida (aunque cuidado que hay escena post créditos, como en Marvel anunciándanos una sorpresa).
Sorpresa fue su iirupción en el 2016, de una serie que nos llevaba a un pasado, ya lejano, aunque mitificado por muchos de esos niños del «baby boom» que ahora son esos padres de los que había que alejarse por aquellos años para vivir en la libertad de unas calles que ahora parecen vetadas para la infancia y adolescencia, relegadas a la comodidad de unos hogares con todas las comodidades y unos hijos hiperprotegidos. «Stranger things» nos traslada a esa época de bicicletas, monopatines y unión con la naturaleza. Enfrentarse al peligro sin miedo, sin más ayuda que la de los amigos y la propia inteligencia. De hecho, siempre he pensado que libros como «Tom Sawyer» o «la isla del tesoro» enseñan más sobre la libertad a la juventud que muchos de los sesudos estudios sobre el tema. Se aprende más sobre la anarquía con Twain o Stevenson que leyendo a Bakunin. Un mundo sin figuras de autoridad ni progenitores reprimiendo. O tal vez, como en «Stranger Things» todo se idealice, incluso para los que fuímos niños en esa década.
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