Las sensaciones vacías de un mundo cada vez más volcado en lo material e irónicamente en lo no tangible, ha convertido la contradicción en algo tan difícil de identificar desde el preciso instante en que la convirtió en una normalidad artificial. Busco el camino hacia la felicidad con los ojos cerrados y los oídos bien abiertos, siguiendo el rastro de la distorsión como seña inequívoca de la tierra prometida, del último refugio. El vestigio inmortal de una manera de entender las formas de vivir más allá de tratar de presuponer si son las correctas o no.
No por previamente transitado le hace perder valor, los túneles siempre por muy profundo que sean, tienen salida pero no olvidemos jamás que también entrada. En un mundo donde los espacios de vida se transforman a la velocidad de las agujas del reloj, inexorables, y pasan en un abrir y cerrar de ojos de contenedores de historias vitales a fríos e impersonales lugares de paso fomentando la desertización, segando de raíz la simiente de sus habitantes que se exilian al extrarradio empujados por el viento de la antigua pero siempre maquillada cara del mercado. Ya nos contaba Marc Augé en su sapiencia sobre los espacios tradicionales: «Estos lugares tienen por lo menos tres rasgos comunes. Se consideran (o los consideran) identificatorios, relacionales e históricos», y como vemos en un viaje sin retorno, los convertimos en lugares de paso, los «no lugares» que definía el antropólogo francés, hasta que como cualquier burbuja fomentada como transacción comercial, termine explotando en nuestra cara y provocando heridas mortales a los mismos de siempre, como una constante actualización de la leyenda del Rey Midas.
Me agarro a la creencia, a la fe en la música. Spinda Records es mi pastor y sus designios nunca me fallan. Entre el continuo trasiego de maletas que recorren las calles subo el volumen para que mis auriculares exploten entre las melodías del nuevo disco de Battosai. Me encomiendo a sus «Lágrimas y milagros», a su eléctrica santoral de distorsión y tonalidades. El remozado trío gallego en contraste con el minimalismo de la portada del disco, nos presenta un puñado de canciones con una calidad a prueba de bombas, con la simiente profundamente enraizada en su manera de comprender como deben de sonar sus canciones. Un abanico de influencias que convergen para definir un sonido propio, los ecos cercanos de Cobain que se muestran frente a frente con «Fe» o los arrebatos rockeros y la potencia consumada de «Milagros» y el destello correoso gracias a la contundencia de la batería junto al poso de furia condensada que destila «Ikigai».
El fervor indie en las líneas vocales y la naturaleza instrumental de canciones como «Nunca es suficiente» o «Arde» es palpable, un estilo vapuleado muchas veces, no nos rasguemos las vestiduras, por culpa de los propios protagonistas de un género que pareció desterrar sus virtudes para dar a las a aquellos que vanagloriaban sus defectos. Las Miradas introspectivas que golpean las paredes, convertidas en melodías revestidas de tristeza, se adivinan en «Día gris», también en «Déjalo ir», construyendo con destreza y sabiduría una nebulosa arenosa que va adquiriendo constante su fuerza, como amenazadora tormenta que se viene encima en una ilimitada explanada sin refugio a la vista. Battosai pueblan las paredes de su propio espacio de múltiples influencias que si bien podríamos aglutinar de manera sencilla como rock alternativo, una mirada a cada una de ellas nos muestra que los límites si bien definidos gozan de elasticidad. «Lágrimas y milagros» para una mañana de otoño, para una tarde de un invierno que desconocemos si vendrá, para cualquier momento, tanto si flaquea la fe en la música como si celebras su omnipresencia.
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