Hasta la fecha la filmografía de Rodrigo Cortés era exigua pues, eliminando cortometrajes y trabajos para televisión, desde 2007 sólo ha dirigido cinco largometrajes aunque todos interesantes (“Concursante”, “Enterrado”, “Luces rojas”, “Blackwood” y “El amor en su lugar”). Una lástima, si bien es cierto que su labor como escritor nos ha privado de más obras en su labor cinematográfica aunque hemos ganado un autor literario con un universo particular y peculiar sentido del humor.
Un compendio de sus mejores virtudes se pueden observar en “Escape”, su, hasta ahora, obra maestra. Una delicia visual y argumental que nos lleva a un universo de realismo mágico que no veíamos desde “La gran belleza” de Sorrentino, digna heredera de la tradición “felliniana” de filmes como “la Dolce Vita”, “Giuletta de los espíritus” o, sobre todo, “Ocho y medio”. No es la única relación que podemos encontrar pues la cinefilia recorre el largometraje, con unas prisiones que recuerdan a la de los filmes hollywoodienses de los cuarenta como “San Quintín” o “Fuerza bruta” y secuencias de “Cadena perpetua” de Darabont o “La evasión” de Jean Becker. Además jalonado de un humor basado en lo absurdo del lenguaje administrativo y la burocracia de “El proceso” de Kafka. De hecho, hay tintes del absurdo de la obra del autor checo.
Un surrealismo que contiene escenas brillantes, de humor físico y donde el sonido cobra vida junto a la banda sonora de Víctor Reyes. Cortés rueda su alambicada historia sobre un hombre que desea entrar en la cárcel a toda costa en dos actos en el que el primero sería esa huida hacia adelante para lograr el objetivo y una segunda, ya en el interior de prisión donde finalizar su vida. Una metáfora del vacío que se puede interpretar desde un punto de vista político teñido en hilarantes planos y diálogos que en algunos momentos nos retrotraen a los Hermanos Marx.
Y si prodigioso es el guion y la puesta en escena no desmerece la interpretación, con un sobresaliente Mario Casas (en su posiblemente mejor papel en el cine), secundado por un reparto de antología donde destacan José Sacristán como el juez implacable, Anna Castillo como la hermana del atribulado protagonista y Guillermo Toledo y Blanca Portillo como cuidadores de la salud mental.
Entre todos consiguen una genialidad, una película que con el tiempo debería convertirse en una obra maestra. Quizás no para todos los públicos pero si se entra en este inconcebible mundo no se puede encontrar ningún defecto desde el punto de vista narrativo, pues en las más de dos horas no hay altibajos, ni visual. Todo un “tour de force”. Lógico que un «totem» como Martin Scorsese haya decidido producir esta joya.
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