Hasta la fecha la filmografía de Arantxa Echevarría se había repartido en dos dramas de corte social como “Carmen y Lola” sobre el romance de dos jóvenes gitanas lesbianas y “Chinas” sobre dos niñas originarias del país asiático que viven la inmigración de forma diferente y dos olvidables comedias como “La familia perfecta” y “Políticamente incorrectos”, cinta de este mismo 2024 donde firma esta “La infiltrada”, un giro en su trayectoria al encarar una producción de holgado presupuesto y temática diferente al ser un vehículo de acción.
Y con este largometraje firma hasta la fecha su mejor cinta al narrar un hecho real sobre una joven infiltrada en la banda terrorista ETA. Un retrato sobre la lucha antiterrorista entre la década de los noventa del siglo pasado y comienzos del presente. Tiempo donde el gobierno acechó y demolió buena parte de la estructura de los asesinos y que a punto estuvo de lograr su total liquidación.
Entre las virtudes del filme, Echevarría dota a su trabajo de un ritmo endiablado que logra que las más de dos horas de metraje no aburran en ningún momento, con un pequeño prólogo y un montaje lineal que no interrumpe lo que se nos narra. Además los personajes están bien definidos, poseen carácter, psicología interna y resultan creíbles. Además se suma las excelentes interpretaciones encabezadas por Carolina Yuste (en su hasta ahora mejor papel) y Luis Tosar aunque todo el reparto funciona, con secundarios de entidad. Todo ese buen lado artístico se une a una parte técnica irreprochable, con gran ambientación del País Vasco de esos años.
La lástima es que como la gran mayoría de producciones que retratan la convulsa lucha contra ETA, se juega con cierta equidistancia, pues la Policía Nacional parece empeñada en una lucha de poder contra la Guardia Civil como principal motor de su trabajo, más que acabar con una organización que asoló la vida española durante demasiado tiempo. Algo que ha sido un defecto desde casi su primera producción “Comando Txikia” de 1976 aunque se puede observar mejor desde el primer título representativo que sería el “Operación Ogro” de Gillo Pontecorvo.
Aquí los terroristas se dividen entre el psicópata encarnado por Sergio Pozas y el ingenuo aunque fanatizado Kepa Etxebarría que retratan los perfiles. Gente que se encuentra en una supuesta “guerra”, ya que las Fuerzas y cuerpos de Seguridad también reprimen, agreden e, incluso, violan a gente por pertenecer a la izquierda abertzale.
A pesar de su cuestionable moral, “La infiltrada” es un buen ejemplo de cine bien construido, interesante y donde las virtudes sobresalen frente a los defectos.
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