Indiana Jones y el dial del destino es bastante mejor que la cuarta entrega, sin duda, aunque no llega al nivel de las tres primeras. La verdad, se podían haber ahorrado esta Indiana Jones y el dial del destino así como se podían haber ahorrado aquel desastre de la calavera de cristal. No hacían falta ninguna de ellas. Con las tres míticas películas originales de Spielberg era más que suficiente. Pero Hollywood es incapaz de crear nuevos mitos y se dedica a reciclar los del pasado. James Bond lleva más de 60 años pegando tiros, Star Wars va camino de los 50 años y Harrison Ford con 80 tacos sigue enfundando el látigo. Lamentable. Vista la terrible falta de ideas imperante y esta pandemia de súper héroes, remakes, precuelas y adaptaciones con personajes reales de clásicos de la animación, podemos concluir que la imaginación en la industria del cine ha muerto definitivamente. Aún quedan muchos jóvenes talentos con ganas de innovar y multitud de ideas, pero no están en Hollywood ni se les espera. Mejor.
Indiana Jones y el dial del destino es un film entretenido, sin más, que ni fascina como las clásicas ni da tanta grima como la cuarta (esa parte final fue un desastre por mucho que estuviera Spielberg detrás). Su mayor mérito consiste en no destrozar el mito y saber hacer guiños a los fans. La nostalgia vende, amigos. Indiana Jones y el dial del destino no pasará a la historia más allá que por suponer la despedida de Harrison Ford del personaje. Se nota poco o nada que Spielberg ya no está detrás de la cámara. James Mangold no es ningún genio pero cumple con su cometido. Ni innova ni deja su impronta personal. Mangold se limita a seguir con el estilo de la trilogía original sin añadir superfluas moderneces. Hay mucho CGI que no canta demasiado excepto en un punto: el rejuvenecimiento facial de Harrison Ford en el tramo inicial del film no acaba de resultar natural. Este tramo es lo mejor de la película ya que tenemos a un Indiana Jones en plenas facultades luchando contra los nazis, pero… esa cara no resulta real. Parece la cara de un video juego. Quizás en una vieja televisión en blanco y negro o en la pantalla de un móvil de el pego, pero en una pantalla de cine canta bastante. Viendo estas escenas llegué a la conclusión de que veremos más películas de Indiana Jones con la imagen de Harrison Ford recreada digitalmente con inteligencia artificial. Tiempo al tiempo.
Me gustó mucho cómo se ha trasladado al personaje de Indiana Jones al año 1969 y su evolución personal. Una gozada verlo convertido en un viejo cascarrabias. Obviamente, ya no está para muchos trotes y cuando llega la aventura se limita a conducir y poco más. Que nadie espere escenas de acción tan físicas como las de En busca del arca perdida o El templo maldito. Nada de acabar a puñetazos con un gigante nazi ni excesos por el estilo. Es más, el timón de la aventura lo toma el personaje de Phoebe Waller-Bridge, pasando Indy a ser el abuelo cebolleta. Por suerte, el ritmo del film no se resiente en ningún momento y es un divertimento bastante decente. Me gustó que el McGuffin (el objeto a encontrar que es el motor de toda la trama) pertenezca al mundo clásico aunque tengo mis reservas con el final de la trama. Mads Mikkelsen realmente lo clava como neo nazi aunque su villano resulta un tanto patético y Antonio Banderas podría haber dado mucho más juego (su personaje se queda apenas en un cameo), parece que a ambos se les ha recortado metraje. Respecto a la música de John Williams, opino que está ya hace años en piloto automático, se ha limitado a reproducir los leitmotivs que todos conocemos y poco más, no se ha esforzado en realizar una nueva partitura que sea recordada. Son muchos años los que tiene el maestro y ya no tiene nada que demostrar.
No puedo negar que la nostalgia está muy bien traída y es un broche digno para el personaje. No es un film que vaya a pasar a la historia, nadie le pedía eso. Con hacernos pasar otra vez un buen rato (¿por última vez?) como cuando éramos críos era más que suficiente. Misión cumplida, Indy.
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