En La casa en llamas (2024), Eduard Sola (guionista) y Dani de la Orden (director) nos invitan a contemplar una de esas hogueras invisibles que consumen los hogares sin hacer ruido: la del desgaste familiar, la soledad y el miedo a ser prescindible.
La protagonista, Montse, interpretada con una maestría desgarradora por Emma Vilarasau, es una madre divorciada perteneciente a la burguesía catalana («Muchas propiedades y poco dinero») que siente que su familia se le escapa de las manos. Los hijos tienen sus propias vidas y dejan tras de sí un silencio que antes estaba lleno de los ruidos, risas y peleas propias de la convivencia familiar. Montse no quiere resignarse a desaparecer en la irrelevancia, a convertirse en un simple fantasma que cocina en las escasas reuniones y espera llamadas que nunca llegan. La película, lejos de caer en sentimentalismos baratos, construye un drama íntimo donde cada gesto, cada silencio y cada mirada cargan con años de historia no resuelta. No hay grandes tragedias ni giros inesperados, solo la certeza de que el amor y la familia son entidades vivas que, si no se cuidan, terminan por agotarse. Así, Montse se aferra a cualquier oportunidad de sentirse útil, de reunir a los suyos, aunque ello implique cruzar líneas rojas o provocar incendios emocionales. ¿Hasta dónde se puede llegar para no sentirse sola? La película no da respuestas fáciles, pero sí deja claro que el miedo a la soledad puede ser tan destructivo como la propia soledad.
El guión de Eduard Sola (Querer, La virgen roja, Mamen Mayo) demuestra que este escritor está en una racha imbatible. Sola demuestra otra vez una sensibilidad especial para capturar la complejidad de las relaciones familiares sin caer en el drama fácil. No es menos efectiva la dirección de Dani de la Orden, los diálogos suenan naturales, casi como si estuviéramos espiando conversaciones reales en cualquier casa donde el nido vacío empieza a hacer estragos. Debo decir que todo el reparto está magistral. La casa en llamas es una fantástica película que duele porque es real. Nos enfrenta a nuestros propios miedos y nos recuerda que el hogar no es solo un lugar, sino los lazos que construimos dentro de él. Y cuando esos lazos se debilitan, el fuego (literal o figurado) puede ser lo único que nos haga reaccionar. ¿Qué haces leyendo estas líneas? No desperdicies tu tiempo, llama a tus seres queridos y hazles saber lo que sientes por ellos.
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