Jonás Trueba intenta en Volveréis capturar nuevamente la intimidad bajo una premisa que es tan simple como extraña (al menos por estos lares): una pareja decide organizar una fiesta para celebrar el final de su relación tras 15 años.
Volveréis podría se una comedia romántica o un drama de cuidado, pero Trueba se va por la tangente y nos entrega un film que huye de los encasillamientos y busca su propia personalidad. Punto para Trueba. Itsaso Arana y Vito Sanz son la columna vertebral de esta historia. Su química es tan natural que, por momentos, casi te olvidas que estás viendo una película. Cada mirada, cada pausa, cada sonrisa transmite la complicidad de una pareja fracasada en la que todavía quedan rescoldos de su amor. Otro punto para la pareja protagonista.
El problema de Volveréis es que no acaba por encontrar su sitio. Los diálogos están muy bien pero esta autopsia de una relación rota nunca llega a resultar emocionante y/o divertida. Se deja ver, sí, se intuye que algo ocurre bajo la superficie, también, pero poco más. Muchas escenas no llevan a ningún sitio, lo cotidiano debe desembocar en algo para que no aburra. Además, Volveréis casi naufraga por esa manía de retratar a ese tipo de personajes pijos que trabajan en el cine y tienen conversaciones tan pedantes que dan grima, resultando vacuos y aburridos. Supongo que es el tipo de gente con la que se relaciona Jonás Trueba. Para rematar la faena: Trueba bordea peligrosamente lo pretencioso. Esas referencias cinéfilas, ese cine dentro del cine y los homenajes a la Nouvelle Vague o a Truffaut me sacaron bastante de la trama, la verdad.
Quizás ceñirse a la historia de la pareja y dejarse de experimentos (que no son nada novedosos a estas alturas) hubiera sido un acierto.
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