Por fin tenemos en RTBM la posibilidad de escuchar del decimocuarto disco de estudio en la carrera de Opeth, The Last Will And Testament, que saldrá a la venta el próximo 22 de noviembre y cuyos singles promocionales han levantado las campanas al vuelo de toda la vieja guardia de flanes de la banda al poderse escuchar en ellos como Mikael Ǻkerfeldt ha sacado del cajón del olvido su canto gutural que llevaba desde el lejano Watershed de 2008 sin adornar la música de los de Estocolmo. Durante esta travesía por el desierto, en la que sí hemos podido disfrutar del gutural de Miguelito en los directos y en Bloodbath (al menos hasta 2012 que cedió su puesto a Nick Holmes), no han sido pocos los que han reivindicado en redes sociales y otros medios el “Make Mikael Ǻkerfeldt growl again” expresando con ello un amplio descontento por el giro de la banda hacia un metal progresivo más cercano al rock sinfónico de los 60 y 70 y alejado del death metal. Ya sabemos que cuando un grupo protagoniza cambios tan severos siempre está la facción más reacia entre sus seguidores de toda la vida a aceptar la nueva trayectoria elegida. No engaño a nadie si intento ir de tío abierto de mente a tope y digo que yo no echaba de menos su etapa más leñera. Heritage me dejó fuera de combate, no me entraba en la cabeza, de hecho a día de hoy el CD sigue sin haber llegado a ponerse ni una docena de veces en mi casa, y esto siendo optimistas. No me gustó nada, no sé si por el cambio o por el disco. Con Pale Communion y Sorceress la cosa fue de otra manera, quizá porque ya estaba sobre aviso de lo que me iba a encontrar, o quizá porque Mikael y los suyos encontraron el modo de hacer bien eso que se planteaban hacer. In Cauda Venenum, sin embargo, volvió a dejarme un poco frío. No me parece un mal disco, de hecho tiene grandes aciertos, pero le faltan temas memorables. O algo así, por algún motivo es un vinilo que no ha sonado en casa tanto como hubiera esperado. No me enganchó. Y así, cinco años más tarde, estamos a las puertas de un disco nuevo que viene cargado de promesas

No sólo está la cuestión del posible retorno al death metal, que ya te digo yo que no es tal. El disco trae además un par de sorpresas más. Para empezar la colaboración de Ian Anderson de Jethro Tull. A mi modo de entender las cosas, el tema Will o the Wisp de Sorceress era toda una carta de amor a los titanes británicos. Por otra parte, el propio Anderson ha mostrado en ocasiones su aprecio por el trabajo de los suecos y su predisposición a una colaboración. En este The Last Will And Testament esa admiración mutua cristaliza en una colaboración muy interesante, o al menos muy interesante para mis orejas de flan de Opeth y enamorado de Jethro Tull desde hace más de treinta y cinco años. El otro elemento llamativo de las novedades que nos llegaban era que la banda se embarcaba de nuevo en una obra conceptual, cosa que no hacía desde Still life, su cuarto disco y, a la postre, una pieza de culto entre los flanes de la época clásica de Opeth (como curiosidad señalaré que es uno de los discos que menos me gustan de su discografía, tiene que haber gente para todo). Además las canciones no tendrían título sino número precedido por el símbolo del párrafo, §, lo cual, como ahora hablaremos, no es baladí. ¡Ah, se me olvidaba! También colaboran Joey Temptest, sí el de Europe, con unos coros en §2 y Mirjam Ǻkerfeldt que deja unas voces al principio del disco nuevo de su padre.

Con todo esto la expectativas están de punta. Ahora, tras haber podido escuchar el disco repetidas veces y con la calma necesaria, es hora de dar respuesta a las preguntas que estáis haciéndoos presas de la ansiedad hasta que salga el disco y podáis escucharlo para forjar vuestro propio criterio. A mí modo de verlo la primera pregunta, a la que ya esbozo una respuesta antes, es si Opeth vuelve al death metal con este disco. La respuesta es que no. Es un disco más oscuro e intenso que lo que vienen haciendo en los últimos años, pero yo no diría que tiene ese toque death, siquiera melódico con ramalazos doom y black, de sus primeros álbumes. Tampoco se aproxima a las texturas de su etapa intermedia, nada parecido a Ghost Reveries por poner un ejemplo. Hay guturales, es cierto, y muy bien metidos dentro del contexto musical en el que se presentan, pero esto es otra historia. Eso de no ir para atrás ni para coger impulso parece que el señor Ǻkerfeldt lo tiene más que claro, su nuevo artefacto sonoro es otra vuelta de tuerca más en la evolución y el sonido de la banda que rescata elementos del pasado pero no por ello se regodea en la autocomplacencia, al contrario, hace un uso sabio de ellos para ir, de nuevo, más lejos que nunca con su música. El disco retoma un poco del componente más metalero que se había quedado por el camino en los últimos años para superar los síntomas de estancamiento que empezaban a asomar la nariz en In Cauda Venenum y, a mi entender, sale triunfante del desafío.

Con esto último empiezo mi respuesta a la siguiente pregunta que sería si el disco merece la pena. Aquí te digo que sí, que mucho, pero que necesita que te sientes a escucharlo con calma y le dediques tu tiempo y atención. No es un disco fácil de asimilar en una primera escucha por su propia organización en párrafos y no en canciones. Con esto me refiero a que cada una de las piezas musicales que forman el disco, salvo quizá la última que no en vano se distingue de las demás en ser la única que tiene título, no funciona bien en solitario sin el contexto y el cuerpo general que forma junto a las demás. Una vez más nos encontramos ante un disco gestáltico donde el todo es más que la mera suma de sus partes. Cogido al azar cualquiera de los siete párrafos que conforman el corpvs de esta historia nos encontramos con una música con un nivel de composición e interpretación superiores sin lugar a mucha discusión, estamos hablando de Opeth no de otras bandas de cuyos nombres no quiero acordarme, pero que, sin embargo, te sonará algo huérfana sin el resto de la obra. No tienen ese acabado que redondea una partitura para convertirla como algo con sentido en sí misma, sino que están pensadas para transmitir una historia que se va desarrollando con la música y se articula en torno a ella. Esto no es necesariamente negativo, el disco en conjunto funciona como un tiro, pero sí que creo que puede ser un poco complicado para llevarlo a directo, ya veremos como se las apañan.

Más allá de esta estructura atípica, tampoco creo que sorprenda a nadie a estas alturas que Opeth se salgan de los cánones en ese sentido, la música que vamos a encontrar la banda en estado puro de arriba abajo. Desde el primer compás con reminiscencias del principio del glorioso Morningrise  te queda claro que estás escuchando a Mikael Ǻkerfeldt y los suyos, aunque no tarde en abrir en direcciones muy distintas a las que siguió entonces y que resultan más similares a las transitadas en los últimos años. Este mano a mano entre viejos y nuevos hábitos va a mantener el pulso durante toda la obra. Una tensión resuelta con mesura y elegancia, no podía ser de otra forma, y ampliando una vez más el abanico de recursos de los que servirse para seguir creciendo, ¿quién sabe hasta donde? En este sentido la incorporación a la batería de Waltteri Vayrynen, que ha pasado por bandas como, nada más y nada menos, Paradise Lost, Bodom After Midnight o Bloodbath, ha supuesto todo un nuevo horizonte de posibilidades. Es una barbaridad como toca este hombre. Se puede alegar que Opeth siempre ha tenido un fuera de serie en el trono de los tambores con lo que era de esperar que eso continuase así. No hubiésemos aceptado otra cosa,  pero de todas formas sigue sorprendiendo, al punto que a veces resulta despegar el oído de sus evoluciones para prestar atención al resto de la música. Hay momentos en que incluso recuerda al mejor John Macaluso en Ark y el excelente trabajo de Mark Giulliana en el estratosférico Blackstar de David Bowie. Palabras mayores. El resto de la banda también está en un estado de gracia absoluta con algunos de los solos, tanto de guitarra como de teclado, más interesantes que les he escuchado en su carrera. Quizá el bajo se pierda un poco y quede enterrado en la mezcla, más si consideramos trabajos anteriores, cuestión esta que no me agrada demasiado. Pero tampoco llega a extremos dramáticos, es por buscar algún pero.

Aún así el gran pero, desde mi perspectiva actual, lo tengo con la historia que cuenta. Para ser un disco conceptual no termina de gustarme mucho y me parece un poco sosa. También hay que especificar que lo que conozco de la misma es el esquema que viene con la información que nos han enviado, no he podido escuchar el disco con las letras por delante lo cual seguramente cambie, y en gran medida, mi percepción del asunto. La fuerza de una historia no siempre está en lo que te cuenta sino en como te lo cuenta e intuyo que esta ganará al darse la mano con esta música maravillosa que han creado para ella. Las intervenciones de Ian Anderson con sus narraciones son otro de los puntos que me hacen pensar que la experiencia ganará con los textos por delante. Normalmente la figura de un narrador en medio de la música es algo que me incordia y me saca de la escucha de la música que sea, puedo poner miles de ejemplos de ello, pero muy pocos de lo contrario. Orson Welles en el Defender de Manowar e Ian Anderson en sus distintas intervenciones en este disco estarían encabezando las excepciones a esa regla. Por supuesto, cuando en vez echar parrafaditas se pone serio y coge la flauta el asunto pasa a otro nivel. En §4 le hacen una cama a su medida para que se sienta a sus anchas dándole cera a lo suyo y desde ahí desarrollan el tema hasta un solo de guitarra marca de la casa, lo mismo que en el principio de §7 que, hasta que entra Miguelito con el canto gutural, podría ser parte de cualquier disco de la última etapa de Jethro Tull.

En definitiva, Opeth vuelven después de un silencio quizá más largo que de costumbre, con batería nuevo y un disco otro conceptual debajo del brazo que supone otro paso adelante en su carrera, manteniendo, y retomando, muchos de los elementos característicos de su música que los hacen ser reconocibles y adorados por sus seguidores, al tiempo que incorporan, como también suele ser habitual, nuevas texturas y sabores a su receta haciéndola un poquito más jugosa. Quizá lo más interesante de señalar en este disco con respecto a todo lo anterior es que el pulso que impone la nueva batería ha llevado a la banda nuevas cotas de calidad,  adentrándose en compases ternarios que les hace incluso alcanzar, por momentos, sonoridades flamencas y presentar un trabajo incluso más fino de lo que ya nos tienen acostumbrados. Siguen presentes la atención al detalle y los matices dentro de cada tema, los riffs melódicos que se retuercen sobre sí mismos, las voces de Mikael Ǻkerfeldt que cada vez van a más. No han vuelto al death metal, pero recuperan el canto gutural que muchos echábamos de menos (en honor a la verdad incluso en sus últimos discos con guturales anteriores a Heritage cualquier parecido con el death metal ya era pura coincidencia) y nos traen un disco para disfrutar en profundidad, que requiere tiempo y mimo para bucear entre todas sus capas, escuchas atentas sin prisa, que no es un simple disco de consumo fácil pero a cambio te proporcionará satisfacciones duraderas, de esas que sólo las grandes bandas y los discos extraordinarios pueden darte, Opeth ya lleva unos cuantos de estos últimos y parece que todavía le quedan unos pocos más por ofrecernos. Somos unos suertudos de poder gozar de ellos, no lo dudes nunca.

Opeth – The Last Will And Testament

by: Felix Morales

by: Felix Morales

Otro que pasó por la universidad para nada, como tantos. Culo inquieto, curioso insaciable, músico inclasificable y escritor para minorías. Nihilista nato. Autor de La senda del hipopótamo y Crisis de identidad. Mente perturbada tras ((((L)))) FAN ((((T)))). Toco en un grupo pero no me dejan decir cuál es. ¡Qué puta es la vida!

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