Llevo una temporadilla presentando aquí y allá Candelarias de la Virgen, la novela con la que gané el I Premio LaFec Euskadi de Narrativa y que ha visto la luz después de una odisea logística. Después de terapia de choque para superar mi timidez —que nadie me mire las manos mientras hablo. Estoy como para robar maracas—, termino hablando de metafísica, de filosofía aplicada, que me ha marcado desde que lo oí en el bachiller. El otro día, en la Biblioteca de La Rioja (la que debería llamarse Almudena Grandes), un menda, seguramente harto de mi perorata, me preguntó: «¿Qué es para ti la trascendencia?». Salí del paso como pude, pero la pregunta se quedó dando vueltas en mi coco. Ahora, que me siento tranquilito y solito a tirar líneas, me ha vuelto a venir a la mente. Trascendencia es crear algo que vaya más allá de tu doliente corazón y tu amante cuerpo. Gracias al buen hacer de Al, el más devil de The Boo Devils, conocí a esta banda, y conocí a Joe. Joe emanaba seriedad, solemnidad. Era ese tipo de músico que sabes que no está de broma, que lo disfruta, pero está creando un legado. Era ese tipo de tío que no necesita hablar siquiera para saber que no deberías tocarle los huevos. Mientras el coco me siga funcionando, dirás rockabilly y pensaré en Joe, como otros piensan en Buddy Holly o en Chuck Berry. Un, dos, tres… ¡Boo!

Movies. Esa primera guitarra me ha traído a la cabeza una de las más famosas de Bob Dylan, Homesick subterranean blues. Un poco más lenta, pero ya intuyo que estos forajidos no se van a quedar en un acústico. Exactamente, las guitarras van más rápido que mis dedos, batería tirando de timbales y un crescendo que termina en una velocidad de crucero llena de platos grandes y punteos incisivos. En cuanto oigo a Al cantar, se me dibuja una sonrisa. Talentos como el suyo tienen que estar creando. Ha dado un golpe de timón la banda, y se ha acercado a mi zona de confort. Las estrofas me resultan conocidas, porque Otro mundo, de Terzero en Discordia, tienen un aire parecido. Los unos vienen desde Rage Against The Machine, Al viene desde Billy Idol (su versión de Midnight hour mola más que la original. Change my mind), pero ambos han terminado en esa extensión casi infinita que llamamos rock and roll y nos hace tan felices.

Are you ready? El single que abrió fuego. Palabrita, no lo estoy haciendo adrede. Terzero en Discordia, Así me siento yo. Vale que los cortijanos son mis coleguis, y Al y sus secuaces también, pero no quiero compararlos en cada verso. The Boo Devils tienen un tempo ligeramente más lento, y ese poso de Singer madafaca que ha convertido a Al en el gran villano del rock and roll, pero que nos encanta. Es como Scott Hall, el malo malvado al que nos encanta ver ganar con tramas. Tirando un triple desde el medio campo, el estribillo tiene un airecito a Muse con esos teclados. En este cambio de rumbo de la banda no creo que hayan renunciado a nada, ni creo que hayan perdido el alma. Todo lo contrario, han echado más ingredientes en la marmita, y esto huele que alimenta.

Selfish runaway. Una guitarra y una batería a paso chulesco abren paso a las estrofas de Al. Este tío siempre ha tenido esa pose destroyer, pero tiene un poco de grunge en las venas mientras canta esto. Mira el estribillo de Pennyroyal Tea, de Nirvana. En sala de máquinas no es ni parecida, es, intrumentalmente, la más cercana al Devil-o-matic, la última entrega de estos forajidos, pero también se notan estos nuevos ingredientes, como ese puente, con el bajo dando chispazos como The Cure en A Forest.

Even closer. ¡Esto sí que es mi rollo! Un bajo poderoso, como el rayo de Zeus cruzando los cielos, el caballo de tiro que lleva todo esto en los lomos, como Placebo en The bitter end. Intenta pasar cinco segundos sin mover la cabeza o sin llevar la batería con los pies. Tienen ese aura poderosa de Depeche Mode en The pain that I’m used to. Esa forma de cantar, esa actitud, de Al, pegan a las mil maravillas con la bestialidad que hace Paco RuCo en las cuatro cuerdas. Hay canciones que son más que canciones, son casi formas de vida. Depeche Mode tiene algunas, Nirvana, el A Forest, de The Cure, que he mencionado ya… esta, con ese punteo y los leves teclados de Mike Esteve, sutiles pero oportunos, crean una amalgama en las estrofas que hacen que mis pies se levanten del suelo y mi mente empiece a viajar.

The Church of the New Spirit Part 1 y 2. Un piano y una voz, pero no suena a balada. Es como Freddie Mercury tocar Bohemian Rhapsody, sabes que ha empezado minimalista, pero que va a venir una decarga poderosa como una avalancha, y es lo que pasa en la segunda parte. La guitarra, bajo y batería se hacen cargo de la parte instrumental, y Mike pasa a ser una especie de última puñalada, de arreglo lacerante, como es, salvando las distancias estilísticas, Flake en Rammstein. Si hubiera que definir The Boo Devils en una frase publicitaria, sería: «viniste por las guitarras, pero te vas silbando los teclados y las voces». A medida que se acerca el final de la canción, van subiendo el ritmo, Al canta con más alma, y terminaríamos todos con esguince cervical, o descalabrados por hacer el ganso.

So hard to take. Álvaro y su guitarra mandan. Las cuerdas más graves, riff poderoso, la batería de Félix empujando desde atrás y un Al que, teniendo su propia personalidad (y tanto, nuestros culos son suyos en cuanto se pone delante del micro), sabe cómo reinventarse y entregarse a la causa, a una nueva definición de rock and roll, seguramente el estilo que más diversidad de colores tiene (Buddy Holly, Fats Domino, RL Burnside, Motörhead, Barricada, Black Sabbath, AC/DC… todos son rock and roll, y no se parecen en nada). Genial el cambio en el puente. La guitarra pasa a un segundo plano y entra el piano para desembocar en un estribillo coreable si yo no fuera tan inútil cantando. Podrían haber compuesto la canción en coreano, que sabes que esos cuatro versos están diciendo algo importante. Tienen cierta aura a Dover, los del Late at night, los que todavía molaban. Es leñera, es potente, pero a la vez es melódica, es «comercial», se te queda fácil el estribillo. La has escuchado una vez y sales silbando el estribillo, o berreando el eyeyey…

Wormicide. Félix reduciendo la batería a bombo y caja, una guitarra que parece que viene del piso de arriba… y la sala de máquinas, bajo incluido, estalla en el esprint de un caballo de carreras. Quitarle un poco de peso, un poco de riff, a la guitarra, en las estrofas, le deja espacio al bajo, Paco es una locomotora, parece que va a oler a cuerda quemada por aquí. En el momento que Al termina una estrofa, el punteo desgarrador de Álvaro completa la mezcla. Los teclados (o piano) han entrado a mansalva en la segunda estrofa. Llevaba un rato dándole vueltas al coco, otro referente del multicolor mundo del rock: U2. New Year’s Day. Tienen en común esa coordinación bajo-guitarra, en intercambio de roles, y esos teclados que mejoran indudablemente la mezcla, que son los que te hacen silbar.

Verbal sex. Esto se pone interesante. Voy a contenerme, nada de chistes malos mientras reseño. Han hecho un amago de Depeche Mode al comienzo, para estallar en una especie de Ring of fire y retomar un paso lento en las estrofas. Podría salir en una peli de Tarantino. Con Salma Hayek bailando con una boa, o con Bruce Willis amordazado en la trastienda de un tío siniestro. ¿Has oído a una batería susurrar? ¿o a un bajo? Pregunta a estos tíos. Con la guitarra que tiene el riff de Bad to the bone y un Al que parece cantar sólo para tus oídos, se crea una intimidad inducida que sincroniza los latidos de tu corazón con la caja. Los teclados del estribillo me traen a la cabeza a los Animals en House of the rising sun, o a The Doors… estoy tumbado en calzoncillos, viendo un montón de letritas dibujarse en una pantalla blanca, pero, dentro de mi coco, vuelo.

We’re better tan this. El riff es una cosa rara. Es como si alguien estuviera cogiendo de las solapas a Paco y a Álvaro mientras tocan las estrofas. Ese pasito atrás lo toman Al y Mike, creando una mezcla diferente, que funciona de catalizador, sobre todo cuando el estribillo estalla como un puñetazo en plena nariz. No es la típica canción de despedida, es una muestra de lo ecléctica que se ha mostrado esta banda en su carrera, y de los registros que pueden abarcar.

Me siento afortunado. The Boo Devils, los que eran y los que son, saben perfectamente lo que se hacen, y para mí es un privilegio poder dar mi opinión sobre su trabajo. Sus guitarras son mejores que mis palabras, pero, si tengo que resumirlo en una frase, es «esto mola». Para los Devils de la vida, enlaces de la banda:

SPOTIFY https://open.spotify.com/intl-es/album/06yfJPgrp0IVSrBaEuuwNy

YouTube https://www.youtube.com/user/theboodevils

Instagram https://www.instagram.com/theboodevils/

The Boo Devils – It’s Only the End

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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  1. Buena lista!! aunque tanto Lee Marvin como Anthony Quinn son para mí de la categoría de protagonistas... Buen trabajo Edu.

  2. Que grandes todos ellos. Para mi, el más desconocido es Anthony Quayle. Una vez más, Edu, un gran trabajo.

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