Sinceramente, desconozco si alguna vez se le ha pasado por la cabeza a quien realiza las nominaciones para ese invento llamado Rock and Roll Hall of Fame, proponer a Saxon para que forme parte. Permitidme dudar que así sea, ni puñetera falta que les hace. Decir que los de Biff Byford es una de las bandas más honestas de este mundo de piratas que es el rock, es quedarse demasiado corto. Saxon es de esos grupos que seguramente muchos no echen en falta el día que ya no esten, pero los que los añoraremos cuando esto ocurra, lo haremos de manera superlativa. ¿Se me notan demasiado las costuras?. Me da igual, sinceramente. Estoy dispuesto a defenderlos hasta donde haga falta, aunque seguramente no lo necesiten porque su discografía habla por sí sola.
Saxon posee una época clásica que cualquiera que ame el heavy metal -o lo haya amado en algún momento de su vida- debe dar por derecho propio el lugar adecuado en el altar politeísta de la distorsión y los decibelios. ¡Pero es que lo de los discos que se han marcado estos tipos en este siglo, que inauguraron con “Killing ground” en 2001 es abrumador!. Desde el 88 lleva Nibbs Carter en Saxon. Desde el 81 Nigel Glockler, cuando Lemmy convenció a Pete Gill para que se uniese a Mötorhead, aunque la aventura al batería solo le diese para un par de discos, “No Remorse” y “Orgasmatron” (si, también aparece en “The Birthday Party”, pero en cd se editó en el 90 cuando Pete ya era pasado para Lemmy). Doug Scarratt milita en Saxon desde el 96, cuando sustituyó a Graham Oliver, con lo que el guitarrista suma también un buen puñado de años junto a Byford. Brian Tattler (Diamond Head) es el nuevo en el barco sustituyendo a Paul Quinn, el otro miembro original que quedaba y que no deseaba seguir el ritmo de Saxon después de tantos años.
Pues después de un disco enorme como fue “Carpe Diem”, de la segunda parte de ese capricho en forma de discos de versiones que casi toda banda se acaba dando, más el disco en solitario de Byford, los dos con su hijo Seb y Heavy Water, la banda de ambos, volvemos a tener disco de Saxon en nuestras manos y tenemos que agarrarnos fuerte para no caernos de espaldas ante el derroche de potencia que esta panda de veteranos, con Andy Sneap tras los mandos, se traen entre manos. Ni experimentos ni hostias, puro y puto heavy metal a volumen atronador con un Byford cuya partida de nacimiento anuncia ya siete décadas pero que no se resiente en su garganta. “Hell, fire and damnation” es un cañonazo de primera división. Tatler se ha acoplado perfectamente a Scarratt y viceversa. Saxon han lanzado un disco hostil, un ataque directo en el que van a por todas con el mismo impetu del que comienza en esto y posee un deseo voraz de conquistar el mundo, pero consolidado por la experiencia que da el tiempo y el tener claro cuales son sus puntos fuertes. ¡Menudo disco Biff!. ¡Larga vida a Saxon!.
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