La base de nuestra – afortunadamente cada vez más decadente – cultura occidental se la debemos a Grecia. La cada vez más denostada – y sin embargo necesaria – interiorización de las humanidades en un mundo reglado por lo banal y tangible, aunque como paradoja siente su peso en el universo de la virtualidad, tan cerca de nuestras manos como lejos de nuestros sentidos en su expresión más humana. También Grecia supuso un fugaz oasis de esperanza en pleno Siglo XXI frente a los ferreos y tiránicos designios de los poderes establecidos en una Europa que aprieta correas en nombre del bien común, el suyo, claro está, que no el nuestro, aunque aquella esperanza de revolución a pie de calle quedase en una humareda que dispersó el viento huracanado de un Eolo vestido con la túnica confeccionada en los talleres desposeidos de alma del BCE. Ahora ese mismo país aprueba jornadas laborales de hasta trece horas y solo espero que si tiene que volver a ser espejo de occidente se vuelva opaco.
Si creo a pies juntillas en Platón y su caverna o en Socrates y su escuela socrática – también en la democracia corinthiana, pero ese es otro Sócrates y la suya otra historia -, nunca olvidaré la deuda eterna antes de que Hollywood nos hiciese creer que liberaron Europa de los nazis y de que la semilla primigenia de nuestro pensamiento se sembró en un campo de Alabama. Eso sí, al Cesar lo que es del Cesar, reconozcámoslo, a los norteamericanos les debemos buena parte de nuestra alabanza y vida entregada a los designios del rock and roll.
Vayamos al lío, que para eso hemos venido querido lector, al menos imagino que tú. Grecia es protagonista por la música, por este artefacto hard rockero liderado por el guitarrista y cantante Stavros Papadopoulos, acompañado de John Christopoulos al bajo y Chris Lagios tras la batería. En este ya su sexto disco, nos encontramos con un heavy rock que presume sin rubor de influencias clásicas, con una guitarra que toma el mando en todo momento, las dosis justas y adecuadas de melodías asi como la contundencia del heavy rock primigenio que algunos no dudarian en adjudicar dentro de los terrenos del stoner aunque más como un potente aderezo que un hilo conductor,.
”Wrath of the gods” posee en su interior una fuerza intrínseca perfectamente equilibrada que se convierte rápidamente en uno de esos discos que disfrutar a volumen considerable. Creado a partir del rico árbol genealógico del hard rock, se pueden adivinar en sus intenciones efluvios del blues cuyo nombre casi se diluye en en el rock por sus maneras, líneas avanzadas que pueden conectar con los Judas de los 70 o el tono hímnico tan propio del hard ‘n’ heavy norteamericano antes de convertir las emisoras de radio en un altavoz que facilitase el efímero camino a la fama. Un fabuloso trabajo.
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