ATUM: A Rock Opera in Three Acts es un disco triple formado por 33 canciones agrupadas en tres actos que The Smashing Pumpkins (o Billy Corgan y unos colegas) han publicado de forma escalonada, editando un disco cada pocos meses. Ahora, que tenemos las tres entregas, puedo dar mi opinión.
Ya desde el título adivinamos que estamos ante un ejercicio de megalomanía a cargo de Billy Corgan. Una Opera rock, ya sabemos que Billy Corgan nunca ha ido escaso de ambición. Es más, Corgan anunció que esta nueva trilogía era la continuación de Mellon Collie and the Infinite Sadness (1995) y Machina/The Machines of God (2000). Una treta comercial para recuperar a sus seguidores iniciales. Lo cierto es que poco o nada tienen que ver estos Smashing Pumpkins con los de los 90. En 2018 regresaron Jimmy Chamberlin y James Iha, aunque a la bajista D’arcy Wretzky no se le convocó a la reunificación, y del grupo de músicos mercenarios Corgan mantiene al guitarrista Jeff Schroeder. En los últimos años Corgan ha sometido a The Smashing Pumpkins a múltiples bandazos estilísticos, amén de empeñarse en lanzar proyectos como si fueran churros con títulos tan grandilocuentes y resultados tan irregulares como Teargarden by Kaleidyscope (2014) o Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun. (2018). Vale, a Corgan le pierde su ego aunque su talento no debe ser despreciado. Sus discos serían mejores si limitara el número de cortes de cada trabajo, eso sí: en cada disco suele incluir un puñado de buenas canciones.
Este ATUM debe ser escuchado en pequeñas dosis. Sus 2 horas y 18 minutos pueden resultarle indigestas al mayor fan. La irritante voz de niño malcriado de Corgan tampoco ayuda, aunque esta vez se apoye en los coros femeninos de Katie Cole y Sierra Swan, que ya estuvieron presentes en Cyr (2020) y ahora resultan casi omnipresentes. Por su parte, Chamberlain e Iha parecen unos invitados a la boda de un amigo del instituto al que hace décadas que no ven y que antes era heavy y ahora se ha pasado al techno. Sus instrumentos parecen sepultados casi siempre bajo capas de sintetizadores, tienen momentos de lucimiento, pero escasos.
Es evidente que el impacto del adelanto Beguiled (de lo mejor del disco) es muy inferior al que hubiera provocado en 1993, es un corte con garra y mala baba pero llega tres décadas tarde, como casi todo el LP. Se nota que Corgan avanza hacia nuevos sonidos, las guitarras ceden protagonismo a los teclados y las composiciones derivan hacia la psicodelia y un rock progresivo bastante ingenuos, la verdad. Corgan se pone en plan épico con unos sintetizadores que parecen sacados de bandas sonoras de ciencia ficción de los 70 que hoy resultan inocuos.
Estamos ante un trabajo poliédrico, con constantes cambios de estilo entre canciones. Corgan salta del rock al techno sin inmutarse, aunque la cohesión del disco se resienta. ¿Es esto malo? Pues depende. Los que busquen la rabia de Siamese dream (1993) se verán desilusionados, los que busquen algo distinto puede que salgan más reconfortados. Dentro de lo positivo debo incluir cañonazos rock como Beguiled, The Good in goodbye, Steps in Time, Beyond the Vale, o Moss. También me agrada ese sonido electro pop de Butterfly Suite, Embracer, With Ado I Do, Hooligan, Where the Rain Must Fall, Neophyte, Every Morning y To the Grays, The Canary Trainer o Pacer. Incluso cuando Corgan se mete a fondo con el rock sinfónico, le salen algunos temas interesantes como Atum (ese solo es David Gilmour al 100%), The Culling o Sojourner. Sin embargo, otros intentos psicodélico /progresivos caen en el ridículo, sirva de ejemplo la ingenua intro de Avalanche (ñoños teclados y pajaritos, te lo juro). Hay temas que no aportan nada como: The Golden mask, Every Morning, To the Grays, Springstimes, Fireflies, Butterfly Suite, Empires… Por no hablar de desvaríos innecesarios como Hooray! (¿en qué estabas pensando, Billy?), Intergalactic, Spellbindings y ese mesiánico final que es Of wings. Tiene mérito la capacidad compositiva de Corgan y sus ganas de evolucionar, aunque lo haga hacia lejanas nebulosas.
Resumiendo, el problema de ATUM reside en su excesiva duración: contiene momentos brillantes, otros correctos y demasiados desvaríos.
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