Recuerdo haber visto de estreno la “opera prima” de Daniel Calparsoro. Se trataba de la interesante “Salto al vacío” donde ya dejaba claro su gusto por la acción y los sectores más empobrecidos de la sociedad. Jóvenes a los que nos les queda más opción que dedicarse a los negocios ilícitos por su condición social, como si se uniesen el estilo directo de Sam Peckinpah con el cine quinqui. Además no es baladí la comparación de esa cinematografía ochentera de los Eloy De La Iglesia o José Antonio De La Loma (con la que guarda paralelismos) pues la protagonista femenina Begoña Vargas capitaneó ese revival de la “quincalla” que supuso “as leyes de la frontera” de Daniel Monzón (aunque antes la pudimos ver en «Malasaña 32»). Por desgracia, su personaje está esquematizado y ensombrecido por los verdaderos protagonistas Álex Monner y la dupla malvada conformada por Carlos Bardem y Édgar Vittorino.
Una cinta de “tipos duros”, motos y velocidad al estilo de “Fast and furious”, basada en una cinta francesa de similar contenido titulada “Burn out”. Entendemos que los guionistas han tomado las ideas principales de la película gala y la han adaptado al gusto español en una Barcelona de arrabales, dominada por clanes sudamericanos y gitanos por el control de droga (en vez de las “banlieus” del país vecino), narcotráfico que como guiño traen desde Marsella.
Secuencias trepidantes de velocidad, con un piloto de motos que se debate entre la gran oportunidad que tiene de entrar en un equipo profesional del mundial de motociclismo o salvar la vida de la madre de su hijo (a la cuál abandonó durante el embarazo) llevando droga para los mafiosos con los que tiene contraída la deuda su gran amor. Como se puede suponer con estos mimbres tampoco se puede esperar más que un producto comercial, centrado en la acción y donde los personajes no son más que meros arquetipos, con poca profudidad y centrados en los masculinos. Lo cual es algo extraño pues recordemos que en sus inicios, Calparsoro tenía como “musa” a Najwa Nimri, con quien protagonizó sus cuatro primeros largometrajes y a la que lanzó al estrellato aunque con el nuevo milenio su fama se fue perdiendo tanto en su faceta interpretativa como musical pues recordemos que también puso banda sonora a unas cuantas de Calparsoro con su grupo Najwajean. De aquellos tiempos sigue quedando parte pues la música de “Centauro” corre a cargo de Carlos Jean que se limita a proponer un “soundtrack” electrónico que acompañe las imágenes de persecuciones con percusión y sonidos potentes.
Un Calparsoro que durante años vio como su cine captaba menos personas, por lo que tuvo que reciclarse en la televisión pero que vive una segunda oportunidad gracias a que Netflix está estrenando y produciendo sus últimos estrenos que van a tener más espectadores que si se estrenasen en salas comerciales. Cine comercial y de evasión sin demasiado riesgo pero con público. Quizás Daniel Calparsoro no ha conseguido el prestigio que le auguraba “Salto al vacío” ni utilizar canciones tan poderosas como el “Disarm” de Smashing Pumpkies que sonaba en su primera obra pero ha conseguido mantenerse en el candelero desde 1995, lo cual no es tarea sencilla. Su forma de entender el séptimo arte basada en la rapidez y la acción está en consonancia con estos tiempos llenos de confusión y prisa.
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