Que el cine de terror patrio es un referente a nivel internacional, creo que no lo puede negar casi nadie. Autores como J.A. Bayona, Paco Plaza o Jaume Balagueró, por poner algunos señeros ejemplos, han elevado el nivel de forma exponencial pudiendo rodar o ver como se hacen “remakes” en Hollywood. Cine de género que ha transcendido nuestras fronteras.
Con estos mimbres, llega otra muestra más que está funcionando a la perfección en la taquilla. No nos extraña, pues Atresmedia se encuentra detrás junto a Movistar, lo cual suele indicar una buena campaña de publicidad. Y no podemos olvidar que el subgénero de casas encantadas suele funcionar bien. La cinta de Albert Pintó se enmarca en esta corriente aunque por desgracia parece un tanto “refrito” de otras producciones de más enjundia como “Poltergeist”, “Rec”, las de James Wan y todas las que han aplicado su fórmula o el moderno cine oriental de horror. Y esa sensación de visto ya anega toda la producción, intentando sobresaltarnos con trucos ofrecidos una y mil veces como subir el volumen en escenas sin trascendencia o presencias capaces de mover objetos, personas o interferir en la televisión o las líneas telefónicas pero que luego andan escondiéndose en las sombras. Un guion que no explica nada pero que además adolece de una falta de rigor que lastra cualquier opción de verosimilitud. Por un lado, tenemos una serie de conflictos dramáticos que apenas se desarrollan, una familia con graves problemas que entendemos que han abandonado el pueblo para ir a Madrid por acoso de sus vecinos, una hija con un importante secreto inconfesable, un hijo que quiere mejorar en la vida (de ahí el uso del metrónomo para estudiar) pero del que solo sabemos que se encuentra solo y desea amistades. Todo demasiado esquemático, algunos personajes y situaciones parece que no deseaban desarrollarse o las han olvidado. No es lo peor, pues si hubiese dado miedo hubiese conseguido su objetivo pero salvo un par de momentos dista mucho de los títulos referenciados antes y para colmo, la secuencia donde se descubre quien es el espíritu maligno roza el ridículo.
En el capítulo positivo, hay que reconocer una ambientación de los setenta magnífica, un trabajo encomiable que puede recordar en buen hacer a “Verónica” de Paco Plaza, donde también se ambientaba en épocas pasadas y transcurría buena parte en una casa, aunque más que espectros lo que sucedía era una posesión. Se agradece ver un trabajo tan profesional, sumado a una interesante fotografía y una banda sonora que, aunque tópica, cumple. Pintó dirige con buenas ideas, evitando el plano- contraplano televisivo e intentando, en la medida de lo posible, que los fantasmas asusten a los personajes y no a los espectadores, pues no hay nada peor que esas figuras que aparecen caminando por un pasillo o detrás de una puerta cuando el protagonista está mirando a otro lado. Es una lástima que su propuesta de puesta en escena se sitúe por encima del débil guion. Y eso, imagino, que también lastra el capítulo interpretativo, donde hay demasiada irregularidad en el reparto, ya que en algunas escenas el mismo rol se encuentra demasiado contenido y en otras totalmente histriónico, en unas es creíble y en otras no. Y no sucede con uno solo del equipo actoral, pasa en casi toda la familia, excepción a Concha Velasco que se erige como lo mejor de la función, aunque con un tono parecido al que le hemos visto en los últimos tiempos en sus papeles cinematográficos. Otra cosa es en teatro, pues todavía recordamos su trabajo con un «Hécuba» de Eurípides, que suponía su debut en una tragedia griega.
Supongo que ocasión perdida para hacer un estupendo filme, pues presupuesto y pretensiones eran más que notables, lo que sucede es que con un “libreto” tan endeble es complicado que el edificio pueda cimentar, aunque nos alegramos del buen rédito económico. Y es que las historias fantasmales gustan y más si han conseguido venderla como un hecho real, ya que en Manuela Malasaña 32 no tenemos constancia de tan aterrador drama. A lo mejor, ahora se convierte en un atractivo más de la ciudad de Madrid, pues la calle se encuentra en pleno centro, en uno de los barrios con más encanto de la capital de España.
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