Torrente de acordes ordenados de distintas maneras, nunca uniformados del mismo modo a pesar de que en muchas ocasiones pueda parecer tener el mismo sentido. Ese bagaje personal e intransferible aprendido a raíz de los descubierto por voluntad propia y aderezado por lo aprendido de los que circulan alrededor de una orbita si no igual, parecida, como un tozudo cosmonauta que observa con los ojos abiertos de par en par todo aquello que se desenvuelve a su alrededor mientras olvida por un eterno segundo lo lejos que se encuentra su hogar.
Transfuguismo consentido y deseado para terminar volviendo al final a la casilla de salida con el rabillo del ojo volviendo a mirar si los dados marcan de nuevo un cinco que te permita correr otra vez, a poder ser al contrario de las agujas del reloj, donde los segundos se aceleran cual extraño objeto de deseo. Esa mezcolanza personal y en cierto modo colectiva, porque viene de los otros, aquellos que te la construyen a base de canciones, hace que la instantánea claridad a la hora de buscar amarres con los que identificar aunque no sea estrictamente necesario, haga que finalmente cada uno arrastre hacia su rincón aunque el camino hacia la idea original lo hagas por el tramo más largo.
Me ocurre al escuchar este nuevo disco de los gallegos Cro!. A mi cabeza vienen y van nombres propios del rock progresivo y urbano, cuando este difería en término y concepto de lo que entendimos como tal en los 90, que seguramente terminen desembocando en otros grupos de allende de nuestras fronteras que sirvieron como simientes a estos, y que desconozco, si los primeros o los segundos, son la fuente de inspiración de este «Buah!» que toma forma a partir de la personalidad fuerte y arraigada de Cibrán Rey, David Santos, Xavier Núñez y Rubén Abad. «Buah!» no es música para guateques de media noche ni para declaraciones de amor al sabemos de dónde venimos, sino idolatrías etéreas que apuntan a mentes inquietas que buscan saber dónde llegar. Siete canciones como viaje estelar sin pistas aparentes, a veces alucinados, las más construyendo desarrollos que te obligas a escuchar con atención para no perder ni una sola arista de este mágico círculo sin fin.
La voz como instrumento vehicular tanto de la palabra como de la melodía, construyendo pasajes propios que cobran libertad sin dejar de estar atados de por vida al devenir de los instrumentos que la cortejan. La música como expresión de libertad, con la calidad como cinta de unión entre canción y canción e incluso dentro del propio mundo creado en el interior de cada una de ellas. Vienen nombres a mi cabeza que olvido al instante porque confundo con intenciones que se desvanecen al siguiente movimiento, creando una nebulosa de la que no es posible escapar, y no lo haría aunque pudiese. Con Cro! te la juegas a cara o cruz, a la suerte de los penaltis donde no existe el empate. Te atrapan o los alejas con tibieza, porque este tipo de historias no conocen termino medio. Lo tengo claro. En ese oscuro pasadizo dentro de mi cabeza, «Buah!» retumba en sus paredes.
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