La filmografía de Steven Spielberg parece haber rejuvenecido en los últimos años, tras algunos fracasos artísticos y de taquilla que se han visto compensados con títulos como «Ready player one» o «Los archivos del Pentágono», convirtiéndolo en uno de los últimos clásicos en activo. Narraciones que encuentran una forma de hacer cine de otros tiempos, probablemente mejores, lejos de esos videoclips alargados, montajes acelerados y rodajes que parecen hechos para un público que no soporta planos que superen el «nanosegundo» y la mínima reflexión como sinónimo de aburrimiento. Confusión y prisa en producciones con secuencias a toda velocidad para que el cerebro tenga los suficientes estímulos emocionales y el espectador, por lo tanto, esté distraido. Una forma de imagen equivalente a esos géneros musicales donde apenas existen instrumentos, ni voces reales, basándose en una caja de ritmos, autotunes y una simplicidad compositiva adecuada a la poca exigencia del que escucha.
Como decimos, Spielberg queda lejos de eso y vuelve a ofrecer otra película formidable. Un musical tan señero como «West Side story», del que ya existía un «totem» cinematográfico como el dirigido por Robert Wise en los sesenta, pocos años después de su estreno en Broadway. La versión del director de «Tiburón» mantiene la ambientación en la época, sin trasladarlo al presente, lo cual consideramos un acierto visto el resultado, como lo es seguir contando con las coreografías de Jerome Robbins del original. Además las hermosas canciones como «Tonight» o «María» compuestas por Leonard berstein y letra de Stephen Sondheim están ahí en más de dos horas y media de absoluto deleite cinéfilo.
Y si es bueno lo que se cuenta, mejor es como se cuenta donde se nota la mano del autor de «E.T., el extraterrestre» en una puesta en escena apabullante donde la cámara siempre está situada en el mejor ángulo posible mejorando el buen guion de Tony Kushner, cimentando su éxito en habituales como el espectacular montaje de Michael Kahn o la fotografía de Janusz Kaminski con un uso de colores antológico que se va apagando y ensombreciendo según avanza la tragedia pues no olvidemos que la obra es una traslación a mediados de los cincuenta en Nueva York del «Romeo y Julieta» de Shakespeare.
Como sucede en el cuento de Borges «Pierre Menard, autor del Quijote» nos encontramos ante un filme casi idéntico al de Robert Wise pero en el fondo profundamente diferente, con momentos para la nostalgia como la aparición de Rita Moreno en otro papel distinto del que le dio el Oscar en 1961 y unos Sharks interpretados en su integridad por actores hispanos, encabezados por el feliz descubrimiento de Rachel Zegler, David Álvarez y Ariana DeBosé, junto al Tony de Ansel Elgort y Mike Faist como líder de los Jets. Un reparto donde apenas hay nombres conocidos, salvo el de Corey Stoll como teniente de policía, pero que funciona a la perfección, con la diferencia de acentos en esa eterna lucha entre los puertorriqueños y los estadounidense por el control del barrio.
Un espectáculo inolvidable que a buen seguro que los años revitalizarán convirtiéndolo en otra obra maestra más en un prodigio del cine, renovador en el llamado «Nuevo Hollywood» y responsable de una pléyade de genialidades del calibre de «En busca del arca perdida», «La lista de Schindler» o «Salvar al soldado Ryan» y favorito de nuevo para conseguir las nominaciones más importantes en la temporada de premios que ahora comienza.
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