La filmografía del italiano Paolo Sorrentino ha transitado desde que se dio a conocer en el mundillo cinematográfico con “El divo” en una especie de realismo mágico que llegó al paroxismo con su absoluta obra maestra “La gran belleza”, una joya que le encumbraba al realizador transalpino como uno de los realizadores más importantes que hayan surgido de Italia desde Nanni Moretti.
Desde entonces sigue una fórmula acertada de mezclar realidad con ficción en historias donde tan importante es lo visual como el argumento. Historias que en muchos casos se confunden en los nada lineales guiones que suele escribir el propio Sorrentino. Un tipo de cine donde es sencillo ver la influencia de Federico Fellini, tanto en filmes como “La juventud” o “Silvio y los otros” como en sus televisivas “El joven Papa” y “El nuevo Papa”. Una manera de narrar magistral y que engancha desde el primer minuto. Cosa que también sucede con “Fue la mano de Dios” con una primera secuencia casi onírica donde una explosiva belleza que espera el autobús, destacando entre la muchedumbre, es recogida por un coche de época donde se encuentra un santo para realizar un imposible milagro. Esa unión entre sexualidad y religión que tan bien mezcló Fellini y una constante en la obra de Sorrentino.
A partir de ahí tenemos un relato de iniciación de un joven buscando su lugar en el mundo en un Nápoles de los ochenta donde el fichaje de Maradona por el equipo de la ciudad es el eje central de una familia tan normal como extraña, donde los padres del chico vertebran un núcleo de hermanos, tíos y abuela hiperbólicos o disfuncionales en algunos momentos como lógicos y coherentes en otros. El realismo mágico del que hemos escrito unas líneas más arriba. Y en ese escenario gira una obra dividida en dos partes: una primera donde se funde ese lirismo y espacio onírico que parece unir el sueño y la vigilia y una segunda más en los cánones narrativos clásicos aunque con toques surrealistas cada poco tiempo. Explicar la historia es complicado sin desvelar partes imprescindibles que destrocen las sorpresas argumentales pero podemos decir que la educación sentimental del protagonista pasa de girar alrededor del fichaje de Maradona a otros temas de mayor calado merced a una tragedia familiar, lo mismo que sucedía con el universo de Nanni Moretti en “La habitación del hijo”. Esas nuevas experiencias que pasan del ideal platónico al sexo real, de no ver más que el Nápoles de Maradona a plantearse qué hacer en el futuro o comprobar cómo la gente alrededor no piensa más que en el hoy o en su propio ombligo (maravillosa la secuencia del crítico teatral y cinematográfico) están narradas con una fuerza narrativa tal que sus imágenes acaban resultando hipnóticas, demostrando Sorrentino una soberbia capacidad para hacer comprensible un universo tan personal como para plasmarlo en pantalla durante más de dos horas.
A ello ayuda el montaje de su habitual Cristiano Travaglioli que dota del ritmo adecuado a lo que Paolo Sorrentino demanda, en un Nápoles tan bello como decadente, uniendo en una misma escena un idílico baño en alta mar de toda la familia tras una copiosa comida en una villa en las afueras con una narcolancha siendo perseguida por la policía o los dos hermanos hablando de perseverancia viendo un entrenamiento de Maradona en un desolador estadio. Un astro argentino, como metáfora de conseguir lo imposible (y que también servía para hablar de hundimiento personal en “La juventud”), que aparece en breves momentos durante la película, dentro de un reparto fantástico con Filippo Scotti de protagonista y una pléyade de extraordinarios secundarios donde destacamos a los padres interpretados por su actor fetiche Toni Servillo y Teresa Saponangelo y Luisa Ranieri como objeto de deseo. Citamos estos dentro de un elenco coral donde todo el mundo está correcto y que sirve para demostrar lo sublime que es el cine de Paolo Sorrentino. “Fue la mano de Dios” no llega a la grandeza de “La gran belleza” pero su nivel es notable.
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