Poco antes del parón estival hablaba con mi compadrito Rubén, el factótum de La Cantera Musical, en Valencia Radio 99.9 FM (cuña publicitaria incluida en el precio, lol) sobre la evolución del sonido de muchas bandas, y, en general, del estado de salud del rock y sus derivados. Yo dije, y lo mantengo, que es una cosa curiosa, cuando más perezosa es la gente a la hora de ir a conciertos, de pillar merchandising, de escuchar bandas que no sean las cuatro de siempre, mejores músicos aparecen. Sin ser yo el termómetro situacional de nada, te puedo poner encima de la mesa docena y media de bandas que si hubieran sonado hace treinta o cuarenta años serían la crema y, aún hoy día, pueden medirse sin complejos a bandas que han vendido treinta millones de discos más que ellos. Curioso, que cuanto mejores son las bandas, más cuesta arriba está el camino que deben recorrer, menos repercusión consiguen. Caso curioso el que no quiere pagar 5€ por ver a tres bandazas en el local de su barrio, pero se mete quinientos kilómetros para ver una banda de las grandes a 400€ la entrada y 20€ por cerveza. Encima cuando no vas a ver una banda que tiene ganas de comerse el mundo, vas a ver a unos tipos cansados ya de aguantaese y de tocar desde hace décadas las tres sonatas que pagan las facturas, y con ganas de irse a pintar cuadros, a cazar, o a misa. Ya lo decía mi abuelo: “el día que los tontos vuelen, no vendimiamos. No le va a dar el sol a la uva, y no coge grado”. Un, dos, tres… ¡Lapsus!

 

 

Deidad. Esta banda es trash de la vieja escuela en el siglo XXI. Estoy viendo a Mustaine o a Scott Ian poniendo en jaque sus cervicales con el primer riff. Esa batería, con una interacción quirúrgica del doble bombo, es lo que debería hacer Lars Ullrich para que no le dieran la cera que le han dado. En cuanto entran las voces, esto es otra cosa. Abre el espectro de influencias de la banda. No sé por qué, será la entonación, o que no me he lavado las orejas, pero el tono de Donis, su vocalista, tiene un poso al de Juan, de S.A., salvando las distancias estilísticas, el chorro de fuerza que lanzan a la estratosfera tienen cierto aire.

Manipulación. El hábito no hace al monje. Al escuchar el disco me los imaginaba como aquellos incipientes MetallicA, melenudos, borrachos y con cara de tener una ampolla en el pie. El vocalista parece el contable de la empresa de tu primo, el guitarra al de los Obús, el bajista a Jorge Salán, y el batería. En el nombre del metal, ¡basta ya! A los Knibal se lo tengo que decir cada dos canciones. Si tocas la batería en un grupo de heavy metal no puedes tener cara de bueno, que parece que te hacen la foto para la abuela. Un batería de heavy metal es un orco de Mordor recién salido del infierno. Pues todas estas pijadas se desvanecen en cuanto pegan el primer riff. Se queda a medio camino entre el No quiero participar, de S.A. y el fight fire with fire, de MetallicA, es decir, en un rasgueo consigue ser muy trash, pero haciendo guiños al hardcore. Aunque los MetallicA que estoy refiriendo son los del difunto Cliff Burton, esta es la canción ideal para Jason Newsted, que habría salido en camilla y con collarín del directo. El cambio de ritmo de la batería, poco antes del solo, enarca una guitarra al estilo Slipknot en The devil in I.

Chantaje. Pues sí, estos cabrones molan. Esto no va a ser una reseña, me va a salir una novela corta. Unos guitarrazos machacones, con la batería poniendo el acento, suena como una recortada cada trallazo al bombo y al plato perfectamente sincronizado. Es heavy metal de la vieja escuela, pero con trazos de la nueva. Imagina a Joey Jordison con Dave Mustaine y Scott Ian, los tres en uno de esos días que te gusta ser heavy y sembrar la destrucción. Pues tienes este riff de destrucción masiva con ese doble bombo frenético. Venga, me meto en otro charco: oigo los crujidos de las cuerdas del bajo por debajo del chorro de decibelios. Eterno tema el del bajista abandonado en medio de tanto jaleo. Pobre Newsted, catorce años tocando con un ampli apagado.

 

 

En guerra. Pues otra baladita pastelona al canto. Sin salirse de la vieja escuela que llevan por bandera, se inclina levemente hacia el metal industrial. No hay tanta locura y distorsión, sino que los guitarrazos se encajonan en el ritmo de la batería. Cuando empiezan las estrofas sale toda la furia de estos gallegos. Doble bombo, buenos gritos, bajo pateando traseros y un guitarreo machacón y potente. Interesante tener un punteíto debajo del por nuestra gloria/por nuestra tropa… tenemos punteos y tenemos buenos berridos, pues todo junto, comprimido y disparado a toda velocidad.

Traición a la verdad. La que da nombre al disco. Tiene un pose más calmado, no tan frenético como las precedentes, más Anthrax, Megadeth o unos Metallica en el Black álbum, no tanto ese trash desatado. Tenemos heavy metal, religión y una colleja con carrerilla a la judicatura. ¿Qué más podemos pedir?

Destrucción masiva. Tiene cierto poso a For whom the bell tolls?, de cuando MetallicA tenía cosas que decir y se basaban en Hemingway, es como si le hubieran dado media vuelta de rosca al riff justo antes de empezar Hetfield a cantar. En cuanto entran las estrofas de Lapsus Mentis, viran hacia los Koma, por ejemplo, metal mestizo hecho cerca. El estribillo, en gutural, Little boy, no hace mucho que se ha cumplido el 75 aniversario, bien recordado, violento, crudo, sin edulcorantes. Al cerrar los ojos veo a la niña del napalm, huyendo de un bombardeo democrático sobre Vietnam.

Sin coartada. Una reinterpretación trashmetalera y con muy mala leche del Motörhead de los Motörhead. Más rápido, más loco, pero con el mismo espíritu en cada estrofa. Esta es de las canciones que no se llevan el single, pero te arregla un disco o un concierto. El estribillo baja un poco las pulsaciones y se centra en el punteo. Por principios, morir / por instinto, matar/ es el mismo destino al que llegar. Si tengo que resumir el disco en diez segundos, me quedo con este estribillo. Vale que Traición a la verdad da mucho más que un estribillo, pero el “momment d’or” del disco creo que es este. Aparte, después tienen una arrancada a lo Battery (ya sé que menciono mucho a MetallicA, pero es que es trash de la vieja escuela, ¿cito a Las Grecas?)

Al límite. Por afinar y parecer más listo de lo que soy, vamos a decir que reinventan su interpretación. Si con la etiqueta de trash metal los teníamos bastante calados, digamos que este tema ha ido a una especie de power epic metal, le ha quitado teclados y gilismis, lo ha recrudecido y lo ha escupido, como Ozzy y su leyenda urbana con Batman. Sólo hay que contrastarla con Carry On, de Angra, por ejemplo. Lo curioso de Lapsus Mentis es que pueden cambiar de sonido, irse a un hard rock o a otros estilos limítrofes sin anunciarlo siquiera, simplemente con el próximo golpe a la caja, cambian de tercio.

Sicario. A ver quién tiene cojones a no mentar a Slayer en una reseña sobre trash. Sicario tiene ese rollo Raining Blood. Aunque he decir que no soy un experto en Slayer porque tenían un neonazi en sus filas y Tom Araya, el chileno que no habla castellano, está en ese nivel incalificable, como Ted Nugent, DiMaggio el de los Manowar o Bon Jovi (y en cuatro líneas he conseguido ser objetivo de una conspiración internacional, como Homer). Consiguen este cuarteto generar una especie de tormenta con rayos y truenos a través de guitarras y bajo. La batería, como en todo el disco, perfecta, ni se recrea en el dominio de la parte percusiva, ni se queda a medio camino.

Un día cualquiera. Última parada. La guitarra rítmica entrelazándose con el maltrato sistemático a la caja de la batería traen a la mente el Whiplash en sus primeros acordes, y van alternando todo el rato tramos de caballo desbocado con otros más rockeros, más lentos, herederos de Tommy Iommi, que nos parió a todos. Por ponerlo más gráfico, está todo el rato de Black Sabbath a King Diamond, pasando por Anthrax, Megadeth o MetallicA con billete de vuelta. Cinco minutos de instrumental, pero que nadie espere Orion o The call of Kthulu. Esto es una instrumental de Lapsus Mentis, una tarjeta de visita, un botón de muestra, de lo que pueden llegar a crear estos cuatro vigueses.

 

 

Cuarenta y dos minutos de música viajera en el tiempo, y después de haber destripado el disco en condiciones, me reafirmo. Estos tíos son cuatro músicos del copón, que saben manufacturar buen material sin volverse locos ni intentar cosas imposibles. Contando con un batería con tanta facilidad para cambiar de ritmo sin estridencias, con un bajo eterno habitante de la sala de máquinas, generoso en el esfuerzo y unas guitarras contundentes, el terreno donde se mueven está bien definido. Queda el mensaje de las letras y las partes vocales, que le dan la personalidad, el mestizaje de estilos necesario para poder hablar de un disco original.  Ahora Vigo tiene tres grandes aportaciones a la cultura popular: Vlado Gudelj, que siempre jodía al Logroñés, mi colegui Basilio, de lo más grande que ha dado Galiza entera y estos Lapsus Mentis, una máquina de hacer trash metal con combustible de alto octanaje.

Para los que quieran reconocer a la vieja escuela, enlaces de la banda:

Bandcamp https://lapsusmentis1.bandcamp.com/

Facebook https://www.facebook.com/lapsus.mentis/

Youtube https://www.youtube.com/channel/UCRdTnSJaoxwdvl2yrva1Zww

Lapsus Mentis – Traición a la Verdad

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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