Hasta ahora las mejores versiones de novelas de Jane Austen habían sido las excelentes adaptaciones de “Sentido y sensibilidad” de Ang Lee y de “Orgullo y prejuicio”, la “opera prima” de Joe Wright, dos cintas que elevaban a los altares la obra de la escritora británica. De “Emma” se realizaron dos visiones opuestas en los noventa; una, rompedora y que no estaba mal, ambientada en un instituto de Beverly Hills, dirigida por Amy Heckerling y protagonizada por ese proyecto de estrella que quedó en nada como Alicia Silverstone, que llegaba después de su éxito con “Mira quién habla”, titulada “Clueless: fuera de onda” y otra más clásica, con una adorable Gwyneth Paltrow dirigida por Douglas Mc Grath. Esta de 2020 supera a las dos anteriores pero no llega a los límites de excelencia de las obras de Lee y Wright.
Su responsable es Autumn De Wilde, una célebre fotógrafa que ya había trabajado en el mundo audiovisual como realizadora de videoclips y un documental. Y en su primer trabajo para la gran pantalla cumple sobradamente pues mantiene el espíritu de la novela victoriana, aportando una dirección sensible e inteligente, con estupendas secuencias, muchas de ellas rompedoras al ser enfocados los personajes de espaldas, junto con una fotografía que enlaza a la perfección los interiores, con luz artificial a lo “Barry Lyndon”, y los luminosos exteriores que retratan la campiña inglesa, junto a una adecuada ambientación, dirección artística y un logrado vestuario y peluquería. Lo que se pide a una cinta de época, a lo que hay que sumar la curiosa banda sonora, clásica por un lado junto a canciones populares. Quizás su mayor debe es un pequeño abuso de escenas con exceso de saturación de filtro y movimientos casi en cámara lenta que recuerda a los anuncios publicitarios de colonia. Por fortuna, son los menos y el resto es una buena aproximación al clásico con un ritmo de menos a más, pues tarda un tanto en arrancar y algún personaje como el del padre está algo desdibujado.
Entre los actores, hay química entre el dueto protagonista, con una magnífica Anya Taylor-Joy, descubierta en la impresionante cinta de Robert Eggers «La bruja» y confirmada con M. Night Shyamalan en “Múltiple” y «Glass». Una actuación gestual que con una mirada y o un movimiento de cabeza expresa lo que quiere decir, demostrando su calidad como intérprete, ayudada por la solvente réplica del cantante Johnny Flynn. Entre los secundarios destaca en lo positivo Mia Goth y en lo negativo Bill Nighy, demasiado mayor para el papel, como le sucedía a Donald Sutherland en “Orgullo y prejuicio” pero con poca relevancia en cuanto a la trama urdida por Eleanor Catton, quizás el mayor “borrón” del “libreto”.
Aun así tenemos momentos de auténtico cine, con un planteamiento que respeta el original en el que se basa pero adaptándolo a una narración contemporánea, sin cometer los errores de la sobrevalorada última actualización de «Mujercitas», rodada de forma académica, plana y televisiva (en el mal sentido de la palabra). En esta “Emma” podemos ver esa crítica a las buenas intenciones, a un tipo de carácter que cada vez encontramos más en las personas. Gente de enorme superioridad moral que cree saber lo mejor para los demás, que incluso acaba convenciendo a otros de hacer lo que no desean pues creen que es lo correcto. Unos vaticinios que suelen ser errados y que acaban creando sufrimiento, sobre todo si el que se erige garante de esos valores a imponer tiene poder. La diferencia es que en “Emma” todo se resuelve como una fábula moral, triunfando el amor y acabando todos felices, tanto Emma como su amiga Harriet, tras la multitud de equívocos que forman el núcleo argumental de la película, como sucedía en el libro. Emma Woodhouse no solo es una casamentera, es una mujer que tarda dos actos en comprobar los fallos en sus apreciaciones y el dolor que ha causado tanto a sus amistades como a ella misma. Por suerte, todo acaba bien. En la vida real no suele ser así. Menos si es el que gobierna quién se atribuye estas facultades de decidir lo que conviene a los ciudadanos.
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