La historia de barcos malditos, con o sin tripulación, se viene repitiendo en la historia desde la leyenda del “holandés errante”, bien en su versión escrita, cantada (no olvidemos la inmortal ópera de Wagner) o filmada, con multitud de ejemplos, sobre todo en aventuras (como ejemplo “Piratas del Caribe”) y terror, tipo “Barco fantasma”, “La niebla” de John Carpenter o “El buque maldito” de Amando de Ossorio, con los simpáticos templarios haciendo de las suyas en una embarcación. Si a eso le sumamos las innumerables cintas de suspense de veleros a la deriva en la inmensidad del océano nos puede aparecer un producto como este “La posesión de Mary”, un conglomerado de argumentos del horror, mezclados para que pueda pasar por novedoso, pues suma a los desastres del mar, la de casas encantadas pero más que el fantasma de turno lo que parece demoníaco es el propio yate en sí, cosa que se ha visto más en cine con las mansiones (“Terror en Amityville” o la reciente “La maldición de Hill House) que trasforman a sus moradores en homicidas aunque también lo recordamos en vehículos a motor como en “Christine” de Carpenter o en la inclasificable “Yo compré una moto vampiro”.
En este caso tenemos una familia que compra un barco, aparecido en mitad del mar sin nadie en su interior, y una vez reparado para servir de alquiler para turistas, tienen que probarlo con un primer viaje en el que viajan los dos progenitores, sus hijas, el ayudante del capitán y un joven aprendiz, novio de la hija mayor adolescente. Lo que no saben es que un poderoso espíritu controla la nave y hará enloquecer a los expedicionarios para que se vayan eliminando entre ellos y poder poseer sus almas. A favor, sus responsables hacen de la necesidad virtud y su bajo presupuesto intenta ser sustituido por suspense y tensión, lo que, por desgracia, no consiguen siempre y además sus actores principales funcionan a la perfección, con un Gary Oldman eficaz, que se convierte en el principal reclamo, y una Emily Mortimer que es quien lleva el peso de la narración. En el debe, casi todo lo demás, pues el guion de Anthony Jaswinski se pierde en su propios giros, repetidos hasta la saciedad y cuando aparece el espectro, a lo niña de “The Ring”, todo se derrumba como un castillo de naipes. Y lo peor en una narración como esta es que no de miedo. Tampoco ayuda la desesperante fotografía nocturna del propio realizador Michael Goi, tan oscura que muchas veces uno no sabe que está sucediendo. Encima, su realización es plana y televisiva, medio del que es más que probable que provenga.
Una cinta, que de no tener a Gary Oldman en su reparto es casi seguro que no se hubiese estrenado en salas aunque si hay un género que pueda conseguir taquilla sin necesidad de grandes estrellas ni mastodónticas producciones ese es el terror. “La posesión de Mary”, una vez vista es fácil que se olvide pues sus virtudes son escasas y más evidentes sus defectos aunque para esta revista si puede tener un poso de melancolía, pues es el primer estreno del que hablamos una vez terminado el confinamiento y abiertas las salas de cine, que están alternando nuevas producciones, con otras que se quedaron en cartelera antes de decretarse el estado de alarma, junto al golpe nostálgico de éxitos taquilleros del pasado. Esperemos que eso signifique el despegue de las salas aunque si el sector vivía una crisis anterior a la pandemia, donde era difícil quedarse sin entrada (incluso en las superproducciones) ahora, se suma el miedo de la gente a encerrarse un tiempo con desconocidos en un sitio amplio y ventilado. Otra cosa distinta que juntarse en una pequeña terraza sin mascarilla, con multitud de personas al lado, gritando o fumando. Incluso, el domingo pude observar en un restaurante “chic” como la gran mayoría de la clientela se besaba y abrazaba, con los dueños del local u otros conocidos. Ya se sabe lo de estos sitios donde se va más que a comer a dejarse ver. Eso sí, todo el mundo muy bien vestido.
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