“Unorthodox” es la serie de moda en esta primera mitad de 2020. Son solo cuatro episodios de algo menos de una hora cada uno, así que es perfecta para ver casi de “una sentada”. En ella se nos cuenta el viaje hacia la libertad de una joven neoyorkina, criada en la comunidad judía jasídica, que escapa hacia Berlín donde vive su repudiada madre. Todo narrado en forma de “flashback” que alterna el presente en su nueva vida en la ciudad alemana y el pasado reciente en la metrópoli estadounidense. Sorprende que en pleno siglo XXI, todavía haya espacio para un grupo religioso tan extremo y en un lugar tan bohemio como es Williamsburg en Brooklyn pero al estar basado en un libro de memorias, entendemos que hay bastante de realidad.
Los integrantes del judaísmo jasídico, son una comunidad unida, donde unos se apoyan a otros pero con normas demasiado ancladas en el pasado, con el talmud que sirve como código civil, no solo como libro religioso, donde los hombres son los encargados de llevar prósperos negocios (alquiler de edificios o joyerías) pero sin salir de su nucleo ni mezclarse con “gentiles” y a las mujeres se les niega la educación, convirtiéndose en madres para ampliar el círculo, como bien se explica en varios momentos como cuando la amiga violinista israelí explica el rol femenino en la ultraortodoxia o la protagonista Esty hablando de la necesidad de procrear para sustituir los seis millones de muertos en la “shoá”. Lo que se narra es interesante y con un punto de vista que no daña los estándares de la corrección política actual, donde las teorías jasídicas son malas por someter a todas las mujeres, privando de una mínima educación y supeditando su rol a comparsa de su marido aunque las suegras sí tengan influencia y peso, la madre escapa de un marido alcohólico para encontrar la felicidad en brazos de otra mujer y los amigos “berlineses” es un grupo heterodoxo, una pequeña “Torre de Babel” de razas e identidades, de una bondad digna de encomio que solo es, brevemente, anulada por la dura opinión de, curiosamente, su amiga hebrea. Pero como todo se perdona, no hace falta pedir una mínima disculpa. Con ir a un concierto de “techno moderno” sobra.
Los hombres son seres dominados por los rabinos y con serios problemas con la bebida, el juego o la escasa preparación vital, dominados por sus progenitoras. El viaje a Europa parece que va a ser casi como mafioso, obligando a la joven a regresar “por las buenas o por las malas” pero salvo ofrecerle un arma cargada para, entendemos, que se suicide, no hacen mucho más que investigar su paradero e intentar convencer de su vuelta a la comunidad, pues son del todo cerrados (divertido es el momento donde en el hotel les hablan de la alegría que les da ver israelís al verlos vestidos con la ortodoxia religiosa, a lo que uno escupe hablando del sionismo que nada les interesa). Aun con la idea de panfleto militante que han construido Alexa Karolinski y Anna Winger y ha dirigido Maria Schrader, la serie se ve con agrado y su primer capítulo es maravilloso, alternando en los tres restantes momentos de solidez y fuerza narrativa, con otros exagerados y que no terminan de convencer a un espectador sin prejuicios.
Lo que es indudable es la brillante interpretación de Shira Haas, un personaje atormentado por el miedo, dominado por los otros y con la sola ilusión de emanciparse y vivir de la música. Su caracterización tiene mil y una aristas, frágil, temerosa y que tiene que elegir entre las ideas preconcebidas como única realidad y el descubrimiento de un mundo nuevo que rompe su “barrera mental”. Ella lleva el ritmo de una dirección académica, con pocos movimiento de cámara y donde el punto fuerte argumental son los “flashbacks” y que esté hablada en “yiddish” e inglés.
Eso sí, el abierto final y su éxito dejan abierta la puerta a una continuación de las andanzas de Ester Shapiro por Berlín. No sabemos si perseguida por Moishe y Yanky en busca de su regreso a Williamsburg.
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