En una ciudad tan turística como Florencia es un lujo encontrar un “ristorante” basado en los grandes clásicos de la Toscana pero pasados por las manos del chef. Un recetario con platos de “toda la vida” pero con el talento culinario de alguien estudiado y que ama los fogones. Su propuesta es cautivadora y pocos pueden pensar que en una calle tan comercial como la Via Lambertesca (a un paso de la galería Uffizi y de la Piazza della Signoria) se pueda comer tan bien. Local pequeño, con pocas mesas pero decorado con gusto, tanto en las paredes como en la cubertería. Uno de sus puntos fuertes es la esmerada atención al comensal, que llega al pedir el vino donde se nota la sapiencia al recomendar, ofreciéndonos a probar tres, de los que escogimos dos.
Un monovarietal de sangiovese llamado Col D’Orcia, tinto de Montalcino y otro de Bolghere de nombre Ruit Hora, con Cabernet Sauvignon, Merlot y Sangiovese. Fueron excelentes para la comida completa de tres platos y postre que probamos.
Todavía con agua, que la sirven filtrada, pedimos un antipasto basados en productos del mar de la zona que lleva por nombre Versilia, isola d’Elba e Maremma como homenaje a esas zonas costeras. Dos “bruschettas”, una con boquerones en vinagre, rica sin más y una mejor con bacalao a la grossetana, acompañaban un buenísimo pulpo de carrara, preparado en forma de salpicón con un agradable toque de limón, cítrico que también dominaba en la seppie in zimino donde el calamar se erigía como absoluto protagonista y unos decepcionantes mejillones cocidos de reducidas dimensiones.
Aun así el plato nos gustó y servía para ir abriendo el apetito ante el Montepulciano antes referido que precedía a unos inolvidables pici senesi all’Etrusca, donde los pici (parecidos a los spaghetti pero más gruesos) estaban cocinados “al dente” y se notaba su sabor casero, unido a una salsa verde con toque perfecto de albahaca y queso pecorino. Una maravilla que tardaremos tiempo en olvidar y que además se acompaña con un estupendo pan, también hecho por ellos.
Su sabor nos hizo ponderar el plato, lo cual agradecieron sus responsables, explicándonos el concepto del restaurante, aplicando todo su conocimiento en las diferentes zonas de la Toscana y sus contrastes de sabores, la suavidad del mar en sus pescados y mariscos, junto con las pastas caseras y la potencia de los guisos de montaña, cosa que no nos podíamos resistir a probar.
Así que ante nuestros ojos aparecía «La cacciagione in salmi del monte Amata”, un estofado de ciervo, pleno de sabor cocinado con vino tinto, hierbas aromáticas y un punto de acidez con vinagre de Módena. Uno de esos platos de caza que además suma un plus con un acompañamiento de acelga hervida.
Tan potente como otro guiso típico de Florencia como es el Stracotto, otro estofado, en este caso de jabalí, donde se notaba el fuego lento durante bastante tiempo tras un buen marinado, acompañado de un magnífico puré de patatas con toque de albahaca. Deliciosos y con un perfecto maridaje con el Ruit Hora.
Tras la estupenda y contundente parte salada tocaba el momento dulce con una “torta di mele”, una tarta de manzana de las más ricas que hemos probado, con el mismo mimo y profesionalidad con la que tratan todos los ingredientes y cocinados. Uno de esos lugares que el amante de la buena mesa no debería dejar pasar, pues sirve de idílica pausa ante la magnificencia de ese enorme goce que es visitar Florencia.
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