Una de las grandes joyas de Netflix es «The crown», serie que cumple su tercera temporada con un ritmo que no solo no decae, sino que sube enteros con cada episodio. Hay que reconocer que la serie de Peter Morgan ha conseguido que sus tramas sean de lo más atrayente, con unos guiones atractivos y bien ejecutados, que curiosamente van de más a menos, pues los dos últimos son los menos interesantes, comparado con el resto, con momentos para la historia como el de la tragedia de Aberfan o la estancia en Gales del Príncipe Carlos, junto a crisis como la personal del Duque de Edimburgo con la llegada del hombre a la luna, la amorosa del heredero con Camilla Shand (antes de ser Parker- Bowles) o de la Infanta Margarita con su esposo. A eso se suma la inestabilidad de una corona, donde buena parte de sus integrantes tienen que rechazar su individualidad, y por lo tanto su vida, en pos de lo que necesita el país, cosa que encarna a la perfección la Reina Isabel.
Los actores son el otro punto fuerte, aunque es complicado acostumbrarse al cambio de todo el reparto, pues las diferencias de edad son notables. Pero es lo que sucede al narrar diez años de reinado, por lo que tratan de conseguir intérpretes que puedan asumir roles que transitan entre los cuarenta a cincuenta años. El paso de uno a otro es con un recurso sencillo y efectivo, como hacer que la monarca esté viendo el nuevo sello inglés, que sustituye a su anterior efigie con el rostro de Claire Foy. La nueva Isabel II, Olivia Colman está soberbia, tras su Oscar el pasado año por «La favorita», consiguiendo múltiples matices y dotando, a pesar de sus responsabilidades, de una notable humanidad, tanto con su familia como con la situación del Reino Unido. Le acompaña un inspirado Tobias Menzies, un Felipe de Edimburgo con una evolución bien llevada, de ser un hombre sediento de poder y caprichoso, a ser un pilar fundamental en la estabilidad de los Windsor, gracias a la crisis de la mediana edad, que como a casi todos nos hace madurar. Helena Bonham Carter es la Infanta Margarita, que como actriz está impresionante, aunque la vemos demasiado mayor para el personaje, por lo que su marido es Ben Daniels. Choca un tanto, ya que sus predecesores eran Vanessa Kirby y Mathew Goode, pero gracias a sus formidables trabajos, destacando el segundo episodio, con la exitosa gira por Estados Unidos donde sugieren que consiguieron un importante crédito merced a su simpatía y jovialidad, consiguen que se nos olvide la obvia diferencia de edad. Entre los secundarios buen papel tiene el Lord Mountbatten de Charles Dance, que pasa de ser importante en una conjura para derrocar al gobierno a fundamental consejero en la familia, sobre todo con el Príncipe de Gales. Mención aparte para la madre del Duque de Edimburgo, un personaje que no deja indiferente.
Una serie que se revela como una de las mejores vistas a nivel técnico, con unos guiones bien llevados, bien dirigidos y bien interpretados. Y que nos hace disfrutar de un espectáculo, contando temas que a todos nos afectan , tanto a nivel histórico como personal, pues todos hemos sufrido, en mayor o menor medida los altibajos que aquí se observan, crisis personales por la edad, renuncias de cosas importantes por amor o el peso de la responsabilidad. Lo que sucede es que unos somos anónimos y ellos tienen el foco siempre encima, lo que hace que pierdan su condición humana para convertirse en símbolos, como pasa por los políticos en menor medida. Exigimos unas conductas que se convierten en imposibles para casi cualquier persona, sin errores e intachables en su moralidad. Por eso los reyes no suelen hacer demasiadas declaraciones o comunicados, para no enfadar a nadie. Un político sí está exigido por su cargo a comentar sus actos, aunque esto signifique la gran mayoría de las veces eludir los temas incómodos con palabrería hueca y atacando a la oposición para evitar contestar. Por eso podemos perdonar la maldad, casi inherente en el cargo, pero no la estupidez.
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