Hace justo un año, hablábamos en esta revista sobre la primera temporada de «El método Kominsky», una curiosa comedia dramática protagonizada por dos hombres en su senectud pero que con mucho sentido del humor abordaban los problemas de hacerse mayor. Michael Douglas y Alan Arkin eran los dos “viejos” de caracteres incompatibles que con fina ironía o sarcasmo salvaje abordaban cuestiones bastante espinosas sobre la vida y el acercarse a la muerte.
Esta segunda parte mantiene las virtudes de su antecesora, hablando de forma distendida de pastillas, problemas de próstata, cáncer o de la soledad de las personas mayores. Sandy Kominsky sigue con su escuela de interpretación y Norman se mantiene con su agencia de actores. Ambos mantienen que no se quieren jubilar, que necesitan sentirse vivos con el trabajo ya que es lo único que les amarra al mundo real, al mundo que han vivido. De ahí que no tengan pareja; uno divorciado y el otro viudo, deseando encontrar alguien que les acompañe en esta recta final de sus existencias (ahí aparecen los extraordinarios personajes de la ya conocida Nancy Travis y de Jane Seymour, como un amor de juventud de Norman). Chuck Lorre sigue con un estupendo ritmo, con ocho episodios de menos de media hora de duración. Y si bien es verdad que no ha llegado a los niveles de éxito de “Dos hombres y medio” o “Big bang theory”, la serie tiene argumentos para seguir en antena unos años más, pues las anteriores eran “sitcom” narradas en escenarios limitados (una casa o la universidad), mientras esta tiene algunas localizaciones más.
Se agradecen algunas tramas secundarias que mejoran el guion, como la relación de la hija de Sandy con un nuevo novio mayor que ella o el renacer de la hija descarriada de Norman, una Lisa Edelstein con un papel más complejo e interesante que en la primera temporada frente a otras peor hiladas, como la sensación de Kominsky de que su deterioro físico está acabando con sus dotes para la enseñanza, culminando en un divertido enfrentamiento con la ganadora del Oscar por «Yo, Tonya» Allison Janney. Ella es el principal de los cameos, con unos secundarios de lujo con las mencionadas Lisa Edelstein, Nancy Travis o Jane Seymour, junto a Sarah Baker y Paul Reiser, aunque los focos se siguen centrando en Douglas y Arkin.
En unos tiempos donde todo lo que implique vejez se suele eliminar, sorprende una serie con pretensiones de llegar al gran público donde ese sea el principal tema. Y más, eliminando el sentimentalismo barato, con personajes de fuertes convicciones y mucho más válidos, incisivos e inteligentes que la mayoría de los inexpertos jóvenes, sobre todo los de la academia. Tipos que no quieren dejar de trabajar como terapia para mantenerse vivos. De hecho, en un momento dado se lo espetan a un amigo que se ha jubilado, explicando que esa es la situación perfecta para morir. Es verdad que buena parte de los roles son gente que adoran lo que hacen (no como la mayoría de los mortales) pero es buen consejo, pues aunque uno haya cesado en su trayecto como cotizante, no hay que quedarse en casa envejeciendo frente al televisor sino buscar pasatiempos que nos permitan sentirnos útiles o disfrutar de lo que no tuvimos tiempo.
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