Dentro del catálogo de Netflix (y suponemos que en el de cualquier otra compañía de contenido audiovisual por “streaming”) es la serie más corta, pues no se requiere más de dos horas para completar su primera temporada. Siete episodios de menos de veinte minutos, perfectos para verlos seguidos.
Aunque avisamos que no es un producto para todos los públicos, pues todo gira en torno a una universitaria neoyorkina que trabaja como “dominatrix” para pagarse sus estudios y tener un alto nivel de vida. Por necesidades de su peculiar trabajo acaba contratando a un viejo amigo gay del instituto que pasa por un mal momento económico. Juntos se convertirán en una pareja profesional que gusta a sus clientes. Como se puede ver, el argumento busca la provocación e imaginamos que el espectador más vulnerable se puede sentir incomodo con los juegos sexuales extremos como la urofilia o fluidos seminales que acaban en el rostro de quien no se debe. El problema es que esta provocación hubiese sido evocadora hace treinta o cuarenta años, como sucedía en España con los primeros Almodóvar tipo “Pepi, Lucy, Bom… y otras chicas del montón” o “Laberinto de pasiones”, lo mismo que podía suceder en el underground estadounidense de los noventa con gente como Todd Solondz, Larry Clark o Gregg Araki.
Su creador Rightor Doyle “amaga pero no golpea”, ya que busca una historia escabrosa y que intimide a las mentes “bienpensantes” pero ante el aluvión de estímulos tan fuertes que cualquiera puede ver navegando por la red, su supuesta sordidez se queda en nada, ya que está rodado con una profunda castidad, una moral estricta, basándose en supuestas bromas sobre temas más o menos escatológicos y prácticas alternativas en el sexo pero sin mostrar nada, solo gente en ropa interior, más o menos fetichista. Tampoco ayuda la pareja protagonista ya que Zoe Levin no resulta creíble como un “ama poderosa”, ya que resulta demasiado cándida y de rostro dulce. Mejor Brendan Scanell, en un papel de “enclenque” que le permite poder utilizar su vis cómica. Y de hecho, en la parte de comedia es cuando mejor funciona, con algunos golpes que resultan graciosos pudiendo perdonar otros donde se roza la vergüenza ajena. Ese sentido de humor debería ser su punto fuerte, enlazado por la imposible amistad durante el tiempo entre los dos imposibles socios, con algún afortunado “flash back”. Peor es todo el final, donde parece que quiere cambiar de tercio e incluir una intriga que nos enlace a próximas temporadas. Esperemos que lo expliquen mejor, pues parece un “as sacado de la manga” en el último momento.
Una irregular serie, que tiene a su favor la escasa duración por lo que es complicado aburrirse y sencilla de terminar aunque, a pesar de algunos golpes desternillantes da la sensación de visto hace mucho tiempo. Es el problema de estos tiempos donde internet ha conseguido que hayamos visto “casi de todo”. Es complicado epatar y sorprender a la audiencia. De hecho, estas supuestas provocaciones a los valores establecidos es lo común ahora, y además sin ninguna profundidad ni crítica social ni personajes con “gancho”. “Bonding” parece construida por poco más que adolescentes, gente todavía sin formación, cuyo humor se basa en lo escatológico y el chiste fácil. Nos hace gracia en algún momento pero es tan fácil de ver como de olvidar.
0 comentarios