Si por algo es célebre Franco Alfano es por finalizar el inacabado último acto del Turandot de Puccini (sí, el de “Nessum dorma”), labor titánica que ha empequeñecido su obra lírica, de la que no se representa prácticamente nada por ninguno de los teatros de ópera en el mundo. Por ello, aprovechando un viaje a Florencia pudimos asistir al estreno de “Risurrezione”, en el formidable Teatro del Maggio Musicale Fiorentino, sede desde el 2014 del mítico festival operístico y un recinto impresionante, que sustituye al antiguo Teatro Comunale, con unas dos mil butacas, con una disposición que permite ver el escenario desde cualquier localidad, cosa que los nuevos templos de la lírica están adaptando a estos tiempos, lejos de los antiguos coliseos, con asientos y palcos laterales que no permiten ver toda la caja de escena.
Así que asombrados ante esta nueva y cómoda obra de arquitectura, nos disponíamos a descubrir a este olvidado compositor, del que sus obras más destacadas son un “Cyrano de Bergerac” y la que nos ocupa, basada en una novela de Tolstoi y estrenada en 1904, aunque como hemos comentado antes apenas se ha podido ver por casi ningún lado. Por ello, y a pesar de ser función de estreno el Maggio Musicale no llegaba a los tres cuartos de aforo pero, eso sí, público amante del “bel canto” y sin estridencias en el vestuario, lo que hace suponer que vienen a descubrir nuevas obras y no como evento social, cosa que agradecemos cuando viajamos por teatros fuera de nuestras fronteras. Además los subtítulos de la obra son grandes y en idiomas italiano e inglés, buscando un foco más dentro de las enormes posibilidades turísticas de Florencia.
La ópera llegaba con la producción de la Ópera de Wexford, dirigiendo a la orquesta del Maggio Musicale el local Francesco Lanzillotta, joven batuta al alza, que el mes que viene llega a Valencia con “El viaje a Reims”. Al no ser demasiado elevada en número de componentes, aproximadamente cincuenta, no tuvo problemas para conducir por el buen camino la obra, donde destacó la sección de cuerda que sonó de fantasía, notando los años de experiencia de todos sus integrantes, demostrando la fama que tiene en toda Italia, ganada con los años y las muchas representaciones.
La dirección escénica correspondía a Rosetta Cucchi, que resolvió de forma admirable la inteligente escenografía, basada en el frío, con un primer acto que comienza en el palacio del aristócrata donde comienza el drama al dejar embarazada a una inocente joven del servicio. Tras la seducción, vemos la primera nieve como símbolo de su caída en desgracia que continúa en el segundo, en el exterior nevado de una estación de tren, tras ser expulsada de su casa por la vergüenza del próximo niño sin padre. La tragedia continua diez años después, en una lúgubre fábrica, donde nuestra protagonista ha cambiado el nombre y su forma de actuar, resentida consigo misma, ambientación que nos recuerda a “Los Miserables”, cuando aparece el príncipe intentando redimirla al no poder encontrarla antes y prometiéndole el amor que no pudo dar al estar en la guerra, ella le confiesa que el hijo de ambos murió y por tanto es absurdo volver a la normalidad. El último acto en Siberia nos deja esa redención antes de la muerte, explicando al noble, que intenta recuperarla, como no puede corresponder su amor por los pecados anteriores. Tragedia en la línea ética de Tolstoi (también de Dovstoievski) aunque elevada, en la línea de la ópera italiana. Tiene pasajes preciosos pero es verdad que adolece de algún aria o dueto que sea sencillo de recordar o muy espectacular en las voces. Aun así, son dos horas con buen ritmo que se siguen con interés y que gustará a los amantes de la ópera clásica como de la más moderna, sirviendo de transición entre ella. De los cantantes la auténtica protagonista es la Katiusha de la francesa Anne Sophie Duprels, quien ya había estrenado este papel en Wexford. Una soprano que a sus virtudes como cantante hay que sumar una buena dosis como actriz, en un rol complejo donde debe pasar por la inocencia, la depresión, la arrogancia y la filantropía. Queda por encima de un especialista en repertorio lírico como Mathew Vickers, un tenor estadounidense que no soporta los duetos y cuya labor queda ensombrecida por la Duprels. Mejor resiste los envites el barítono coreano Leon Kim, cuyo Simonson posee una gran fuerza y una gran destreza en la notas graves. Todos conforman el acertado reparto de una ópera que se convierte en una gran alegría su vuelta a los repertorios de las temporadas operísticas. Bien por el Maggio Musicale Fiorentino por recuperarla, como hizo la Ópera de Wexford en Irlanda.
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