Le sorprenderá al lector habitual de este medio la crónica de una ópera, y mucho más desde un lugar tan exótico como Copenhague, aunque en Rock, The Best Music ya se ha hablado desde otras latitudes, pues Lolo García escribe sus magníficas reseñas desde Londres. Y mucho más si uno mira bien y comprueba que el suscribe ha comentado un par de conciertos de grupos tan alejados del “bel canto” como Katatonia o Amon Amarth, pero como aparece en la pequeña biografía del abajo firmante, mi amor es hacia el rock y la ópera a partes iguales y aprovechando un viaje a esa ciudad y que en Rock, The Best Music cabe cualquier manifestación artística, comienzo con la primera, de las que espero muchas crónicas sobre este género musical.
Lo primero que sorprende es el imponente recinto que es el edificio de la Ópera de Copenhague, pegado al mar con su impactante visera enfrentada al Palacio de Amalienborg, sede de la familia real danesa. Un costoso templo de la lírica diseñado por Henning Larsen y auténtica joya arquitectónica no solo por el exterior sino por un interior moderno pero pensado para todo el público, ya que hay que mencionar sus innegables logros estéticos con entrada al patio de butacas de forma cilíndrica con los accesos en distintas posiciones y una visión perfecta desde cualquier asiento. Bien pensado para el disfrute de todos. Y este sentido práctico se deja notar en el público, al que vi vestido mucho más informal que en otros coliseos europeos que he podido visitar, lo cual agradezco pues parece que la gente va a allí a disfrutar del espectáculo y no a dejarse ver o vestir las mejores galas del armario, incluso sorprende el guardarropa comunitario sin nadie que lo vigile, cosa impensable en España.
Entrando en materia la obra elegida era la inmortal “La bohème”, uno de los clásicos de Giacomo Puccini escrita a finales del XIX y uno de los títulos junto a “Madame Butterfly”, “Turandot” y “Tosca” más representativos del genial autor italiano. Tras los primeros acordes del preludio al primer acto llegábamos a la buhardilla de los bohemios, con escenografía de la local Astrid Lynge Ottosen y dirección escénica de la sueca afincada en Dinamarca Elisabeth Linton, pequeño rincón en la caja del escenario con poco atrezzo, nieve en el exterior pero que resultaba comprensible hasta la entrada de Mimí y ese gran momento con el aria “-Che gélida manina-”. Estaba deseando ver como pasaban del primer al segundo acto y la resolución fue acertada, ya que los muros de la buhardilla desaparecían bajo el foso dejando la escena mucho más espaciosa donde representar el Barrio Latino parisino con mucho más colorido y más grande que el acto anterior. Buena manera que me recordó a otra más espectacular que vi en el Teatro Real de Madrid, obra de Giancarlo Dell Monaco eliminando la casa de los artistas y pasando al “Quartir Latin” mediante plataformas que solo se oían, ya que el teatro estaba a oscuras. El tercer acto a dos alturas y en tono industrial refleja más que la aduana donde se desarrolla en el libreto cualquier arrabal de una gran ciudad dejando el último representado en una azotea con la capital de Francia en el telón del fondo. Lo suficiente para trasladarnos al mundo creado por Puccini y emocionarnos con la muerte de Mimí ante los gritos de Rodolfo. Todo ello bajo la dirección de Vello Páhn, responsable de la Ópera de Tallín. El estonio, batuta en mano condujo sin problemas a la orquesta titular; “Det Kongelige Kapel” de una forma pulcra y aseada que si bien no emociona como como otras, tampoco se le puede objetar ningún error ni una forma de entender a Puccini calamitosa. Correctos, sin más. Tanto como las dos voces masculinas, ambas de cantantes locales, un Rodolfo de Peter Lohdahl, tenor de bonito tono pero poca potencia y tesitura, lo que le hacía quedar muy abajo en los duetos y el barítono Audun Iversen que adolecía de lo mismo, en comparación con las dos sopranos, la Mimí de Maria Luigia Borsi, una italiana especializada en Puccini y que de menos a más cautivó en la muerte de su personaje y una Musetta de la checa Ivana Rusko, que suma a su registro vocal uno interpretativo digno de mención (espectacular su momento con el vals del segundo acto).
Una forma más que razonable de llevar “La boheme” a escena y que es curioso pues jamás en mis más de veinte y cinco años visitando teatros líricos había salido tan pronto, pues la actuación comenzó a las 15 horas de un domingo, por lo que tras los lógicos aplausos, a las cinco y media de la tarde estábamos bajo el frío otoñal de la noche de Copenhague.
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