Recordamos todavía el estreno de «Tesis» en los extintos cines Acteón de Madrid, hoy convertidos en un céntrico solar esperando nuevo edificio. Una primera sesión, con poca gente en la sala, que nos dejó impresionado por la capacidad de crear cine de género en una cinematografía española anclada en unos pocos temas. «Tesis» sirvió para «abrir camino» a una nueva generación de directores interesados por el thriller o el terror y como carta de presentación del entonces joven Alejandro Amenábar. El éxito de «Tesis» fue tal que consiguió que su siguiente cinta «Abre los ojos» gozase de un holgado presupuesto y una enorme recaudación aunque su propuesta nos resultase irregular. Mejor es «Los otros», quien le permitía contar con una estrella internacional como Nicole Kidman. Y, desde entonces, como si de un pecado de juventud se tratase, Amenábar abandona el fantástico para centrarse en un supuesto cine «más adulto y comprometido», consiguiendo gran rédito económico y repercusión internacional pero con nulo interés, pues «Mar adentro» nos sigue resultando un lacrimógeno pastiche y «Ágora» un fallido y plúmbeo intento de ofrecer un discurso sobre las ventajas de la ciencia sobre el cristianismo, una constante en su trayectoria. «Regresión» intentaba ser una «vuelta de tuerca» a sus orígenes pero el resultado también fracasaba, incluso en la taquilla.
Así que con los precedentes de la última década, poco o nada esperábamos de «Mientras dure la guerra», su última obra, que se enfrenta a la Guerra Civil Española desde dos frentes; por un lado tenemos el conflicto de Miguel de Unamuno, entre su añorada República despezada por Azaña y su apoyo a los «sublevados» que esperan que restituyan el orden , y el del ascenso del General Franco a Jefe del Estado. Dos historias que se acaban entrelazando, para acabar en el célebre discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca mediante un montaje paralelo hábil y que mantiene el interés en la hora y tres cuartos de duración, por lo que el guion del propio Amenábar, junto al cubano Alejandro Hernández, quien maravilló con los «libretos» de «Caníbal» y «El autor» y ganó el Goya con el de «Todas las mujeres», se convierte en uno de los mejores activos de la cinta, pues intenta dotar de una atmósfera de cierta equidistancia a los personajes, evitando el habitual maniqueísmo de las producciones basadas en la guerra del 36.
Intachable en lo técnico, el argumento ahonda en el conflicto interno de Unamuno, fiel a su línea existencialista, aunque en las evocadoras imágenes en el Pais Vasco se le vea leyendo a Hegel y no a Kierkegaard, quien siempre hemos pensado que ha sido su mayor influencia filosófica, un intelectual quien fue mutando su pensamiento según iba cambiando los acontecimientos y el ritmo de la historia. Algo que nos sigue pareciendo interesante, pues no nos fiámos de aquellos que siguen pensando lo mismo hoy que hace veinte o treinta años. Unamuno nos enseña que la verdad absoluta no existe y la honestidad intelectual muchas veces choca con nuestra ideología. De hecho, no hay acto más ridículo que ver a cualquiera de nuestros políticos actuales defender un tema con una extrema vehemencia, la misma que utilizan para defender lo contrario con la misma convicción según les afecte a ellos o a los rivales. Para ello, se necesita un actor con grandes recursos interpretativos y ahí emerge la figura de un inmenso Karra Elejalde, que bonito duelo con Antonio Banderas (https://rockthebestmusic.com/2019/04/dolor-y-gloria-pedro-almodovar.html) se prevé en los Goya, que dota de humanidad a su Unamuno y podemos observar sus dudas ante lo que llega y no espera. Elejalde está colosal como casi todo el reparto, destacando a Carlos Serrano- Clark, Luis Zahera, Mireia Rey y un colosal Eduard Fernández, aunque quien acaba por llevarse la función es Santi Prego, quien compone un Francisco Franco para la historia, el mejor retrato visto en el cine del dictador, lleno de matices, hombre de pocas palabras, cauto, taimado y con una capacidad de análisis brillante. Magnífica su presentación en África con los nazis, a los que enerva por parecer un simple y bobalicón mientras esquilma sus fondos todo lo que puede. Un papel que cambia una carrera.
Un trabajo más que digno, al que quizás le falte algo de épica pues en más de un momento parece que el tono minimalista que ha elegido en su puesta en escena no sea el más acertado pero honesto y superior a casi todo lo que se ha rodado sobre ese subgénero del cine español que es la Guerra Civil, con una factura formal admirable, que recuerda a Spielberg en su fotografía y algunas secuencias para el recuerdo como Unamuno buscando a sus amigos por las calles de Salamanca, la pelea dialéctica con su antiguo alumno en lo alto de un cerro o el momento que Franco decide en Cáceres cambiar la bandera de la «tricolor» a la «monárquica». Aun así, una interesante propuesta que nos devuelve al Alejandro Amenábar que nos interesó en sus inicios, aunque, como Unamuno, cambiase de estilo y pasase del fantástico y el suspense al drama más convencional. Parece claro que es bueno cambiar aunque nos equivoquemos pues siempre podremos volver a hacerlo. Mantenernos en la misma opinión siempre es fruto de la cerrazón y del argumento más sentimental que lógico.
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