Alguna vez lo he dicho y es una de las tesis en las que más a menudo redundaré. Vivimos en una era rápida: comida rápida, trabajos rápidos (sobre todo de perder), cultura rápida. Pelis, discos y libros facilones, lineales y previsible, pero con actores o personajes con los que fantasear mientras nos devora la línea de montaje, como en Tiempos modernos. La música, y por extensión el rock que tantas alegrías me ha dado, no se escapa de esta vorágine que va a toda velocidad no se sabe muy bien dónde, seguramente a su autodestrucción. Y todo esto se traduce en el empleo masificado de arquetipos. ¿Qué es un rockero? Pues es un tío que no se ducha y lleva con la misma camiseta de los Obús desde la olimpiada de Barcelona, con los dientes entre amarillo, marrón y negro, que sólo sabe pedir priva y fumeque y que cuando le haces una pregunta un poquito compleja responde con un “¡Caña, rock & roll!” que es el equivalente con distorsión al “sí, bueno, ¿no?” del futbolista, otro arquetipo desgastado ya por el uso. Por eso me alegra tanto ver a gente como la última bala. Tipos que no sólo se preocupan por la calidad de su sonido o su técnica, sino que pulen letras para transmitir algo más que lo bonito que es ser una rock star, pincharte a las chatis y dar garbeos en unas limusinas de alucine. Un, dos, tres, ¡Bang!
Nadie más que tú. Batería tirando de timbal y tom de piso (que, si no es por internet, no sé cómo se llama) para enlazar un sonido de rock añejo, un punteo juguetón, un bajo a lo Deep Purple en Smoke in the water. La voz tira a lo Fortu de Obús en Vamos muy bien, a punto de rasgarse, pero a la vez potente. Y eso sí, las letras son otra cosa. Cuando ha empezado a hablar de un burdel y tal pensaba que iban a ir por otro terreno. Y nadie más que tú podrá / empezar de nuevo y cambiar su realidad / nadie más que tú, nadie más que tú podrá / empezar de nuevo a volar. ¿Os acordáis de una serie que se llamaba Matrioshki? Pues a buscarla.
Inadaptados. En cuestión instrumental, tienen un deje potente a los Saliva. Tienen esa forma de encajar la voz imitando el riff de la guitarra que vibra por debajo que me trae a la mente a los Judas Priest o a los Barón Rojo. Desde luego que estos tíos tienen clarísimo de dónde vienen, de ese rock duro pero a un tiempo añejo, en ese umbral del nacimiento del heavy metal. Fuimos apartados nada más nacer, nadie nos quería / educados en una infancia infeliz, hostias noche y día. / Fuimos educados por un animal en un orfanato / y al cruzar la calle nos suelen decir, ahí van los inadaptados. ¿Algo que añadir?
Mírame. Empieza con la versión descarnada de Smell like teen spirit, de Nirvana y va acelerando hacia una especie de caballo trotón distorsionado cuando entran las voces, del estilo a Paranoid (la mejor canción de Black Sabbath de largo). Tiene mucha fuerza la instrumental por debajo de las estrofas, sin florituras, sin punteos destripa orejas, pero con toda la metralla de las cuerdas graves, y ese poso a medio tempo a lo Tommy Iommi. En el rock no necesariamente lo más rápido es lo mejor, este tipo de sonido dan poso a la distorsión.
Nena. Por un momento me ha sonado a Oveja negra, de los Barricada (a la que yo siempre he llamado balas blancas), pero con esa aura de los AC/DC de Bon Scott en Let there be rock. Canción de esguince cervical de libro. Se puede decir que es lo más parecido a una balada pastelona que puede hacer La última bala. A todo trapo y con la voz rota, pero poniendo el corazón encima de la mesa. Que tú sabes que sin ti / yo no soy nada,sigo aquí / y la vida nos da igual / mientras podamos sonreir. Cómo me están gustando las letras.
El mendigo. Empieza lentilla, pero salen las guitarras más punk del disco. Tienen un poso a Ya no quiero ser yo, de La Polla Récord (Evaristo, uno de los pensadores más acertados de su generación… y de la mía), pasando a una receta de rock más convencional, eso sí, con coros más punk. Una mezcla interesante.
El ser humano. Recuerda a System of a Down en Science. Espejismo de diez segundos porque suben a lomos de un pura sangre para devorar kilómetros. La batería es un cañón y el bajo, que suele ser el gran olvidado en este tipo de bandas, avanza como una apisonadora. Está sí que lucen más los punteos, más clásico, de la escuela del rock con el que me crie, a lo Guns and Roses, Metallica… El ser humano ha muerto / tumbado en su sofá / y apenas dos latidos / le permiten respirar. Eso no lo dirían los Metallica, me temo.
Abandonar esta ciudad. ¿Soy el único que está esperando a Bon Scott en TNT? Unos toques de caja y ¡pam! Canción para partir la mesa de un cabezazo. Cuatro minutos de distorsión con poso. Es el batería de AC/DC con Tommy Iommi y el bajista de Deep Purple en una jam sin final. Puro fuego, pero no en llamaradas, en napalm, viscoso.
La ley. Pocas veces me ha dado tanta pena como hoy que se me esté acabando el disco. Estoy viendo a Rato entrando en la sala del juzgado. Es el mercado, amigo. Entre punteos pero con la rabia intacta. Como dijo Quevedo: «Donde hay poca justicia es un peligro tener razón».
Cuarenta minutos de rock de alta gradación, tomar en grandes dosis cuando el trajín se haga con el control. En medio de la vorágine, de carreras del trabajo a casa, despertadores cabrones y demás historias, da gusto ver gente que se sale del arquetipo del musico descerebrado que hace los cuernos y no sabe por qué. Ojo, arquetipo del músico como del escritor que no ha leído un libro en su vida y habla como el culo, como del tertuliano bocachancla o del futbolista sí, bueno, ¿no?… las reglas están para romperlas. No sé si serán un exitazo en plan millones de discos vendidos, pero sí les auguro un gran futuro en el sentido de buenas ovaciones en directo y de ovaciones en backstage.
Última parada, enlaces de La última bala.
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Contratación: 667245278
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