Segundo título de la serie de «Animales fantásticos», que promete convertirse en una saga en un mundo inspirado en el creado en Harry Potter y cuya principal atractivo recaía en que la propia J.K. Rowling firmaba los guiones. La primera era un producto irregular que alternaba buenos momentos con otros donde todo decaía sin remisión, pero al menos si era entretenida. Esta secuela tiene de todo por acumulación: explosiones, persecuciones en carruajes voladores, muertos por doquier y entre tanto sobresalto una historia que se sigue sin demasiado interés pero con un supuesto tono heroico, acrecentado por la banda sonora de James Newton Howard enfantizando esos momentos aunque los espectadores echemos de menos la compuesta por John Williams para los Harry Potter. De hecho, que haya más referencias a Hogwarts, a Dumbledore, a Griffyndor y a ese vasto universo hace que no terminemos de encajar el «score» de Newton Howard.
Y si el guion flojea, sobre todo en las relaciones amorosas, de una candidez que roza la risa, el principal responsable de que la producción naufrague es su director David Yates, un supuesto especialista en J.K. Rowling pero que nunca nos ha convencido ni en «La orden del fénix», «El misterio del príncipe» o en las dos partes de «Las reliquias de la muerte». En estos dos «Animales fantásticos» sigue en su línea de puesta en escena con planos vertiginosos, algunas secuencias que entre la rapidez del plano y la oscura fotografía cuesta discernir que sucede en pantalla (claro ejemplo es el inicio donde cuesta ver el carruaje volador en mitad de la tormenta) y que sus supuestas virtudes parece ser que es dar un tono de falso heroísmo y muchas escenas de acción, donde los efectos especiales son los auténticos protagonistas. Un realizador que a pesar de su fama, no deja de ser un artesano más o menos eficaz que se limita a que sucedan muchas cosas en poco tiempo, con montaje acelerado y un ritmo que a los que degustan de la calma y del plano con más que decir molesta sobremanera. De hecho, pensamos que su mejor obra es la única fuera de la literatura de Rowling, como es «La leyenda de Tarzán».
De la producción poco se puede decir malo, salvo esa oscuridad por momentos en la fotografía de Philippe Rousselot y la excesiva carga de efectos especiales en detrimento de la historia, pero en líneas generales todo es del nivel de una superproducción. Producto bien elaborado donde parece que suceden muchas cosas pero que en cuanto se «rasca un tanto la superficie» deja todas sus carencias a relucir, comenzando por un ritmo que parece trepidante pero que al poco de comenzar deja de interesar al espectador y las dos horas y cuarto de metraje parecen demasiado, aunque el tramo final remonte.
Y lo mismo con los actores que parece que hacen lo que les viene en gana, sobre todo un Johnny Deep haciendo de Johnny Deep y un Eddie Redmaine que en más de una secuencia parece no enterarse de nada de lo que sucede. Los secundarios son meras comparsas y, solo, un Jude Law más comedido consigue un personaje creíble.
Y es que este «Animales fantásticos: Los crímenes de Grindenwald» son fuegos de artificio sin orden ni sentido. Una cinta que hemos visto en el cine hace pocos días y que a la hora de escribir esta reseña casi hemos olvidado por completo. Y eso es malo. Muy malo. Casi tanto como esa forma de rodar de muchos directores actuales donde el plano no suele sobrepasar el nanosegundo.
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