Ayer, en la Casa del Loco, Delafé y Las Flores Azules volvieron a recordarnos que no todo en la música tiene que ser perfecto ni grandilocuente para ser memorable. A veces, basta una bicicleta imaginaria y unas canciones que huelen a verano eterno para que la magia funcione. Anoche fue una de esas noches que te reconcilian con la ingenuidad, con las canciones que no necesitan más que una melodía pegadiza y un estribillo tarareable para quedarse contigo toda la vida. Era una noche para celebrar que Delafé y Las Flores Azules están de vuelta a los escenarios, demostrando que son unos auténticos supervivientes. Dale gas.
El concierto empezó con retraso, supongo que la final de la Copa tendría algo que ver. Oscar D’Aniello y Helena Miquel subieron al escenario entre aplausos cómplices que celebran una historia en común. Desde el primer sonido de “Amor”, quedó claro que aquí veníamos a celebrar la vida y los recuerdos que nos hacen sonreír sin darnos cuenta. Ay, la nostalgia.
El repertorio fue un viaje emocional: de los grandes hits (“Mar el poder del mar”, “Espiritu Santo“, “1984“, “La Primavera“,“La Juani”, “El indio”, “Enero en la playa”) a los temas de su singular nuevo LP “AMOR” que, si bien no tienen el mismo eco generacional, demostraron que Delafé siguen fieles a su universo de optimismo melancólico. Sin necesidad de artificios (exceptuando el confeti) ni de pantallas gigantes, sólo música, sonrisas y una banda que disfruta tocando juntos una década después. Helena, ataviada con su eterna falda de tul, osciló siempre entre la dulzura y la nostalgia mientras su voz sigue siendo esa brisa que te acaricia sin avisar, tan frágil como firme cuando la ocasión lo requiere. Óscar derrochó ese peculiar flow suyo, mitad spoken word, mitad confesión de un adulto que se niega a abandonar a su yo adolescente.
Hubo momentos para bailar, otros para cerrar los ojos y dejarse llevar. El público, entregado desde el minuto uno, coreó cada estribillo como si el mundo fuera a acabarse mañana. Pasaron olímpicamente de esa estúpida liturgia del directo de “me voy del escenario y vuelvo a salir”. No hizo falta que amagaran con irse para volar sobre las alas de la victoria en una de esas noches que no quieres que terminen aunque sabes que tienen que hacerlo antes de que pierdan su magia.
Delafé y Las Flores Azules demostraron que, a veces, crecer no significa perder la inocencia, sino aprender a protegerla. Y anoche en La Casa del Loco, durante poco más de hora y media, Zaragoza volvió a ser esa ciudad luminosa donde el amor y el pop naïf todavía tienen sentido.
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