Tener y reflejar según que influencias en tu música sirven para conseguir el regocijo mediático de la gente, presumir de otras puede llevar a que haya quien te juzgue de prepotente, en fin, ya sabemos en que se ha convertido el circo del rock and roll, no el que se desarrolla sobre un escenario o un estudio de grabación, que gracias a Dios o a quien os de la jodida gana, sigue caminando con paso decidido a veces y otras no tanto por la cuerda floja, sino en todo lo que le rodea en los tiempos en que con tanta información a nuestro alcance, no solo no hemos sido ser capaces de filtrar lo que nos llega sino que además nos hemos convencido estar en la posesión absoluta de la verdad y somos capaces de subirnos sobre un taburete para ver al resto por encima del hombro, ya que a lo mejor, por nuestras capacidades no seriamos capaces de hacerlo.Y ojo, que podemos aplicarlo tanto al crítico como al propio músico o incluso al fan cegado por el neón. ¿Por que este rollo?, pensareis algunos. ¡Corta ya tío!, clamareis la mayoría, con razón. Pues vamos al lío.
Dry River no son de esas bandas que eligen el camino fácil (como si alguno lo fuese, claro está). Lo suyo es apostar por el talento y trazar altas cotas a pesar de lo que ello conlleva, consiguiendo esa brecha que separa al que cae rendido a sus pies del que ve en su empresa algo complicado de llevar a buen puerto. ¿En que orilla me coloco yo?, tendréis que seguir leyendo para salir de dudas. Este «2038», su nuevo disco confirma que los de Castellón siguen dispuesto a seguir siendo una rara avis en este mundo. El paseo constante entre los senderos del rock más clásico y el rock progresivo como seña de identidad rápidamente sale al paso con la inicial «Perder el norte» y esos teclados. Parte fundamental del sonido de Dry River es la voz de Ángel Belinchón. La teatralidad que acompaña la canción junto a las distintas influencias según te centres en música o melodías de voz, te ponen rápidamente en guardia. Potencia controlada en «Fundido a negro», con una gran parte vocal y elementos progresivos en la música.
«Rómpelo» se apea en el andén del hard rock más clásico, esos teclados a lo John Lord, importancia en las guitarras, deje británico de buenas maneras. «Me va a faltar el aíre», balada a piano, letra en primer plano -como durante todo el disco, dicho sea de paso-, y derroche de feeling a la voz y regustillo Queen. «Me pone a cien» resume el espíritu de la banda, heredera natural de «Irresistible» de su anterior disco, diversión, crítica, influencias de aquí y allá. Suena muy bien «Camino», guitarra poderosa, talante rockero, directa pero sin perder de vista los elementos progresivos y los cambios característicos a los que nos están mal acostumbrando estos tipos. «Al otro lado» es un blues de tintes soul, voz y teclado de nuevo mano a mano, aportando intensidad y sentimiento. Cambio de registro con las acústicas de «Cautivos» y sus sonidos sureños.
¿Pensábais que ya estaba todo dicho?, ni de coña. «Peán» son diez minutos de sonidos sinfónicos, guitarras rockeras, teclados grandilocuentes… todo ello de manera sublime, al alcance de muy pocos. Se acaba el disco «Con la música a otra parte», hard rock setentero y brillante. Un grandísimo disco, en el que se dan la mano las influencias de gente como Asfalto o Queen entre otras muchas que se mecen en las capas de melodías que Dry River son capaces de construir a base de calidad y talento.
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