n 1994, Tim Burton estrenaba «Ed Wood», una comedia dramática sobre el considerado peor director de la historia. Un autor peculiar forjado en la Serie Z, cuya obra maestra «Plan 9 del espacio exterior» ha conseguido ser considerada película de culto gracias a sus múltiples errores, sus excesivas interpretaciones convirtiéndose en una involuntaria comedia de ciencia ficción, vilipendiada por la crítica y adorada por su público «friky». Un creador obsesionado con ser Orson Welles pero que no pasó del bajo presupuesto y del que Burton hizo un entrañable retrato y uno de sus mejores largometrajes con un estupendo Johnny Deep y un colosal Martin Landau, quien ganó un más que merecido Oscar. Como escuchaba en la serie «Feud» decir el Jack Warner de Stanley Tucci al Robert Aldrich de Alfred Molina: «-No vale solo con desearlo para que se convierta en realidad-» en relación a cambiar el bajo presupuesto por una superproducción.
Todo esto es lo que sucede con Tommy Wiseau y su filme «The room», también considerado uno de los mayores bodrios de la historia y que con los años ha conseguido un público fiel que llena las salas para reirse con sus lamentables interpretaciones y sus numerosos fallos de «raccord», de eje y su imposible guion. Y con estos «mimbres» James Franco ha creado un «divertimento» que sin llegar a los límites de Burton con Ed Wood se ve con agrado y sirve de homenaje a esos tipos que lo que más desean en el mundo es hacer cine aunque el talento sea nulo. Como he comentado durante años con algunos amigos: «-una cosa es amar el cine y otra que el cine te ame a tí-«. Los personajes de «The disaster artist» aman el teatro, a Shakespeare, a Tennesee Williams y dejan todo por ir a Los Ángeles y triunfar en el cine, intentan soportar cada revés en las audiciones con ejemplar escepticismo y al final ruedan su película jugándose el dinero. Imagino que James Franco se sentirá representado, pues desde sus inicios lleva mezclando su labor interpretativa con la de dirección con desigual suerte, pues como actor ha sido nominado al Oscar por «127 horas» y casi seguro repetirá con su encantador Tommy Wiseau tras ganar el Globo de Oro, como director no ha tenido suerte sin ningún éxito destacable. Por ello no sorprende que su mejor obra hasta la feha sea esta «gamberrada», un canto de amor al cine, a esa gente que se lo juega todo por cumplir sus sueños aunque no se consiga nada (es divertido leer en los créditos finales como Wiseau pagó por mantener la cinta un par de semanas para que entrase en la carrera de los Oscars).
Muy agradable de ver, a pesar de cierta irregularidad en el ritmo y que se basa, tal vez en exceso, en los dos protagonistas: Dave Franco como Greg Sestero y James Franco que se reserva el inclasificable Tommy Wiseau, uno de esos papeles agradecidos para un actor. El resto de los secundarios se pierden por el «huracán» Wiseau, y hay alguno importante como Seth Rogen. Pero a pesar de esas limitaciones estamos ante una hora y tres cuartos que poseen en más de un momento la magia del cine. Lo que algunos nos preguntamos es ¿qué hubiese sucedido si James Franco solo hubiese sido actor y la realización hubiese recaído en, por ejemplo, Tim Burton? No lo sabremos aunque Franco puede presumir de haber hecho su mejor largometraje hasta la fecha.
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