Es evidente y palpable a todas luces el cambio drástico en el negocio musical es algo que a estas alturas no debería de escapar a nadie. Las grandes discográficas, pilladas a contrapie debido a su propia soberbia no parecen ser capaces de reaccionar y se ciñen a la transacción segura. Muchos medios, ávidos de un mainstream que no volverá a ser lo que era, ni siquiera para las publicaciones con solera, no cesan en perseguir el nuevo hype que devuelva el orden secuencial de la importancia de las portadas. Es más, incluso me atrevería a aventurar que el crítico de rock ha entrado en fase de catarsis, porque sus servicios dejaron de ser necesarios y vitales hace mucho, más allá del interés que pueda suscitar el talento en la pluma del sujeto en cuestión. Los tiempos aquellos en que internet solo era algo propio del cine de ciencia ficción, cuando revistas en ristre, leía todas y cada una de las críticas de discos para apuntar en un viejo cuaderno, que disco comprar, señalar la prioridad a la hora de gastar los cuartos. Ahora no importa la opinión de otros, en bandeja tienes la opción de decidir por ti mismo si gastar tu pasta o no en una serie de canciones, sin interferencias ajenas. El rock and roll no ha muerto, ha mutado, cambiado, transformado o travestido, elegid el adjetivo que más os convenga. La música sigue viva a mayor o menor escala mediática, que al mismo tiempo le sugiere otra dimensión, otra forma de entender la heroicidad.
A nadie escapa que siguen apareciendo buenos discos, y grandes, ¡coño!, no nos engañemos, al menos de esos capaces de ponerte las pilas durante una buena temporada y cada vez que decides rescatarlos de tus estanterías. Existe gente que no se cansa, ni se plantea, dejar de estar al pie del cañón, cueste lo que cueste, y eso que a veces las patadas duelen mucho más de la cuenta, aunque no lo parezcan. Mark Thorn es uno de esos tipos. La asociación de ideas es algo curioso, tal vez intuitivo. El domingo pasado veía en un mercadillo uno de mis discos favoritos, el «L.A.M.F.» de mi adorado Johnny Thunders y sus Heartbreakers. Es llegar a casa pensando lo que significa para mí una canción como «Get off the phone» y recordar un anterior proyecto de Thorn, y que su nueva historia, Neon Animal, ha lanzado una bomba con un nombre tan profético como es «Bring back rock and roll from the dead».
La crudeza de «I’m killing myself & everyone else is helping me», que suena a vicio y adicción. «Spin» te atrapa con ese riff cortante y una batería que le añade mucha contundencia. «Bring back rock and roll from the dead» es ese hard aspero y chulo que tanto me gusta, muy a lo Dogs d’amour en cuanto a espíritu más que a sonido. «This is the end» crece a ritmo lento e intenso, apoyada en esos apergios que suenan realmente bien y esa voz casi recitando su mensaje hasta llegar a ese monstruoso solo de guitarra que da paso a la tormenta en que se termina convirtiendo la canción. ¡Puro rock and roll motherfuckers! es lo que nos pone en bandeja «Kiss like dynamite». La fiesta continua a todo volumen con «Gimme more» y su ramalazo punk.
«From zero to hero» nos va acercando al final, con su ritmo marcado, su ataque frontal, para dejarnos en manos de «Bedtime stories» que marca la hora de volver a poner de nuevo este disco desde el comienzo y dejar que Neon Animal nos traigan una y otra vez el rock and roll desde la muerte. Muy buen disco el de estos tipos que no deberías dejar pasar.
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