“Los misteriosos asesinatos de Limehouse” es otra “vuelta de tuerca” al cine ambientado en el Londres victoriano, ya que toma de referencia el modelo de crímenes perpetrado por Jack, “El Destripador” para ofrecernos una investigación policial al uso, por dos detectives con claras reminiscencias a Sherlock Holmes y Watson y donde a pesar de sus defectos, la cinta se ve con sumo agrado y es una buena propuesta para pasar una entretenida tarde en el cine, lo cual ya es un significativo logro.
Lo mejor, sin duda, es la ambientación, con una capital británica sórdida y sucia, con misteriosos y lúgubres callejones donde se respira un ambiente malsano y un hedor insoportable, unido a los largos trajes victorianos, que aúnan la decencia del puritanismo y un carácter áspero y reservado y donde un inspector debe investigar las escalofriantes muertes a manos de un asesino en serie que se hace llamar el Golem, como el mítico monstruo de la cultura judía unido al presunto envenenamiento de un dramaturgo fracasado por su exitosa esposa, actriz y cantante en un conocido club. Y ahí es donde resuenan los ecos de musicales como “Los miserables” o “Sweeney Todd” o series como “Penny dreadful” o la incomprensible no estrenada en España “Ripper Street”, por citar algunos ejemplos que hayamos podido ver en los últimos años, pues desde el cine mudo se ha tratado el tema de los crímenes en oscuros callejones; tanto fuera de las fronteras inglesas (“El gabinete del Dr. Caligari” o “La caja de Pandora”) como en el interior del Reino Unido, donde los casos más obvios (antes mencionados) son Sherlock Holmes y Jack, “El destripador”. Lo que es cuanto menos curioso es que el director no es local, ya que se trata del español (nacido en EE.UU.) Juan Carlos Medina, un especialista en terror que hace unos años logró repercusión con su “opera prima” “Insensibles”, como sucedía con “Penny dreadful” donde los primeros episodios llevaban la firma de Juan Carlos Bayona y los últimos de Paco Plaza.
Una ambientación más que correcta se suma a un elenco actoral que funciona bien, encabezado por Bill Nighy, alejado del papel de humano “cascarrabias” en comedias románticas que le han hecho célebre (la última vez que le vimos fue en «Su mejor historia»), junto a la televisiva Olivia Cooke (“Motel Bates”) y la española María Valverde, como un enigmático objeto de deseo, una atractiva y envidiosa acróbata, rivalizando por el amor y el papel protagonista en la función del teatro de los personajes encarnados por Sam Reid y Douglas Booth. Y no siendo el alivio cómico Bill Nighy, sorprende la ironía al utilizar como uno de los sospechosos al mismísimo Karl Marx, en una imaginativa solución visual donde el interrogado se ve cometiendo el delito y donde el padre del comunismo, con larga capa negra y cuchillo en mano destripa sin misericordia a su pobre víctima. Lástima que el guion de Jane Goldman, no mantenga el tono durante su más de hora y tres cuartos y al final acabe siendo todo previsible y algo repetitivo, aunque como escribimos más arriba, Medina dota a su obra de ritmo y se ve con sumo agrado.
Lo que sí es un misterio es la facilidad que tienen los distribuidores para cambiar los títulos pues de “El Golem de Limehouse” pasamos a este “Los misteriosos asesinatos de Limehouse”. Imagino que habrán pensado que el público es ignorante y no tendrán la más remota idea de quien demonios es el Golem, así que es mejor facilitar las cosas para que se sepa de que va la trama. Por lo menos, no han perpetrado la segunda opción que es dejar el título original sin traducir para dar esa pátina de prestigio que parece ser que deben pensar que tiene el inglés y no el idioma español. Cosas del mercado.
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