El festival de cine fantástico y terror de El Puerto de Santa María (Cádiz) dio el «pistoletazo» de salida el martes 22 de julio con la proyección de «Nosferatu, el vampiro», la inmortal obra maestra que dirigió F.W. Murnau en 1922, con una copia excelente y música en directo, una ocasión excepcional para disfrutar aun más del clásico alemán. De hecho solo en una ocasión había podido ver «Nosferatu» con música en vivo; fue hace unos cuantos lustros en la Filmoteca Nacional de Madrid, con acompañamiento de piano de Javier Pérez de Azpeitia. En esta ocasión los encargados de musicar el largometraje eran Cinetones, un trío que utilizaban percusión, guitarras, sintetizadores y pianos, todo tipo de efectos e instrumentos propios de la zona transilvana donde sucede la acción. Su interpretación fue magnífica y durante la hora y media de metraje consiguieron que nadie perdiese un segundo de atención de lo que sucedía en pantalla. Muchos y variados temas compuestos para la ocasión y que enlazaron con perfección una secuencia tras otra.
El lugar elegido era el Colegio San Agustín, y en concreto su bellísimo patio porticado, un sitio precioso pero que me temo que se va a quedar pequeño en el futuro, pues el primer día se llenó y hubo unas cuantas personas que se quedaron sin poder acceder al recinto, lo cual parece que va a ser la tónica en una muestra como esta que en dos ediciones no para de crecer. Aun con los problemas de aforo, da gusto ver una cinta de cine mudo que congregue tanto público, lo que nos hace pensar que no todo está perdido en el mundo cinéfilo, donde las nuevas (y antiguas) generaciones suelen huir como de la peste de todo aquello que huela a blanco y negro, pero que hay que rendirse ante el descomunal talento de Murnau, que copiando la historia de Drácula, consigue crear un producto novedoso, merced a su estética expresionista, su apabullante puesta en escena y una dirección de actores única encabezada por el Conde Orloff de Max Schreck, ofreciendo para la posteridad ciertas bases para el cine fantástico y de terror, utilizadas antes en «El castillo encantado» y que luego mostró en «Fausto», y aunque no sean de horror el lirismo casi terrorífico se puede observar en el viaje fluvial de los amantes en «Amanecer», de la que bebe «La noche del cazador» de Charles Laughton o esa ciudad y hotel irreal de «El último», una de las más patéticas y crueles historias jamás contadas, con el auge y caida del personaje encarnado por Emil Jannings. Un maestro que dejó esta maravilla fílmica para la posteridad, aunque gracias a que cierta gente escondió los rollos de la justicia, que los mandó destruir por un problema de derechos con los familiares de Bram Stoker y que nos hubiese privado de un pedazo de historia, que luego tuvo una digna versión a finales de los setenta de Wener Herzog y algunas gamberradas italianas como el inclasificable «Nosferatu en Venecia» de Augusto Caminito.
Por noches como esta merece la pena el verano, una época donde la cartelera flojea y solo ofrece «blockbusters». Un recinto mágico, un filme mágico y una noche mágica, donde hasta los murciélagos hicieron acto de presencia hacia el final de estos inolvidables noventa minutos, ante la perplejidad de los presentes. Un inicio insuperable para un próximo referente de las muestras de terror en España. Felicidades, Insomnia.
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