exCon los años nos interesa más como afecta el tiempo en las películas pues como bien decía el periodista deportivo más grande que ha existido: “- El tiempo es ese juez insobornable que da y quita razones” o Agustín de Hipona es sus Confesiones “- Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es?  Y en cuanto a presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo sino eternidad-“. Reflexión filosófica que puede dejar el ámbito de la teología para conquistar el séptimo arte, pues la condición fundamental del creador es que su obra trascienda y deje el espacio del presente para trascender y conseguir la ansiada eternidad de la que habla el pensador católico.

A pesar de lo vilipendiado que ha sido casi siempre el cine de terror, con la salvedad de algunos productos de la UFA (“Nosferatu, el vampiro” (1922) de F.W. Murnau o “M, el vampiro de Dusseldorf” (1931) de Fritz Lang, como ejemplos ), es un género que nos ha interesado desde hace mucho tiempo, una forma de llegar a uno de los aspectos más primarios del ser humano como es el miedo, que tan bien describieron con los monstruos y mutaciones de los 50 y 60 con el pánico a un choque entre estadounidenses y soviéticos y el inicio de una guerra nuclear, a esos personajes que llegaban del corazón de centroeuropa y otros exóticos lugares  para encandilar y engañar a la población, la “Gente” que se dice ahora, con perversas intenciones en los clásicos de la Universal o la violenta aristocracia y el horror gótico de la odiseas de Roger Corman llevando a 35 mms. las pesadillas de Edgar Allan Poe o las maravillas de la Hammer. Cine atemporal, con vocación de trascendencia que superaba sus limitaciones presupuestarias con enormes dosis de talento, con elegantes puestas en escena y dirección de actores sobresaliente.

Cosa que con los años está consiguiendo James Wan, el más influyente del denominado “Splat pack”, grupo que creo la revista Total Film y a la que pertenecen especialistas en la materia como Rob Zombie, Alexandre Aja, Eli Roth o Neil Marshall. Unos creadores que ofrecen su peculiar punto de vista sobre el mal y la abyección. En el caso de Wan todo gira en torno a la venganza, desde esta vida (“Saw” (2004) o “Sentencia de muerte (2007)) o desde el más allá (Silencio desde el mal (2007) y, sobre todo, “Insidious” (2010) y su continuación (2013) y “Expediente Warren: the conjuring” (2013)). Ha marcado escuela y una nueva forma de asustar a las nuevas generaciones que demandan cada vez experiencias más fuertes, ante los poderosos estímulos ante los que asisten impávidos. Una forma de narrar muy clásica pero aprovechando uno de los miedos más primigenios en el hombre; las sombras, la oscuridad y figuras surgidas de algún descerebrado infierno que llegan dispuestas a quedarse. En eso, “Expediente Warren: the conjuring” llegaba hasta el paroxismo, pues parece imposible crear miedo con unas simples palmadas pero mantiene la técnica de mostrar no demasiado hasta el final, dejando que nuestra mente sugiera, el mejor ejemplo es la injustamente  denostada “El proyecto de la bruja de Blair” (1999) de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez que enlaza con otro de los prodigios que hemos podido ver este año como es esa película sobre el miedo, más que de miedo llamada “La bruja: una leyenda de Nueva Inglaterra” (2015) de Robert Eggers, tomando como modelo el cine de Dreyer, Bergman o Tarkovski y que de momento es lo mejor que he visto en este 2016.

Wan, no llega a los límites de grandeza que consiguió Eggers o él mismo con “The conjuring” pero ha realizado un producto serio, una excepcional cinta que mantiene en tensión al espectador, logrando un más que notable resultado. Y es que el “Caso Enfield” abre la “espita” para continuar un serial que puede llegar a cualquier lugar del orbe, pues los Warren tuvieron casos por múltiples lugares, como sucede en las novelas policiacas contemporáneas donde la ciudad se convierte en un personaje más, aquí las “casas encantadas” entran en esa categoría. De nuevo, la ambientación es fabulosa trasladándonos al lluvioso norte de Inglaterra. Un barrio “typical british”, con esos adosados con jardín, aunque no haya moqueta. Un edificio normal y corriente, para nada aislado que es conmocionado por la llegada de un intruso espectral que hunde la existencia a una viuda y sus hijos pequeños. Un tratamiento de guion excelso, merced al buen hacer de James Wan y los gemelos Chad y Corey Hayes, que repiten el esquema de su antecesora, tratando las diferentes situaciones y metas secundarias de forma admirable hasta llegar al “climax” aristotélico, al punto de no retorno en dos horas y cuarto de metraje enloquecidas y con una estructura dramática colosal y estudiada. Casi tanto como la ambientación, un ejercicio de estilo que nos conduce a finales de los años setenta que sumado al buen hacer en la puesta en escena, con alambicados planos, desde esas steady cam o dolly que recorren con naturalidad los pasillos y estancias de la casa a los planos más intimistas o esas esquinas en las paredes donde sabemos que algo acecha pero que tarda un tiempo en llegar la cámara para salvaguardar al personaje y darle una falsa sensación de seguridad, logrando que el decorado parezca un hogar de clase media, a lo que ayudan unos técnicos solventes, comenzando con el nuevo colaborador Don Burgess, nominado al Oscar en 1994 por “Forrest Gump” de Robert Zemeckis y que elabora una fotografía marcada por el claroscuro y los tonos suaves, en la línea del cine de Wan o los habituales Kirk M. Morri, que lleva siendo su editor de confianza desde “Insidious” y que resuelve sin problema las dos historias enlazadas, la casa encantada y el conflicto con las visiones de Lorraine Warren, aportando el ritmo pausado o más enloquecido según requiere la trama y la aterradora banda sonora de Joseph Bishara, que ha conseguido escribir en partitura las peores ensoñaciones que ofrece la cámara del director malayo, aunque nacido en Australia. Es cuanto menos curioso, que técnicos “fijos” en su filmografía como el guionista Leigh Whannel o el cinematógrafo John R. Leonetti hayan dejado sus cometidos para pasarse a la dirección pero con productos de la Factoria Wan como “Insidious 3” o el “spin off” de “Expediente Warren” llamado “Annabelle”. Caso fascinante, digno de estudio. Parece claro que el autor trata bien a su equipo porque si no es difícil de comprender.

En lo que vuelve a acertar es en el reparto, con unos Patrick Wilson y Vera Farmiga compenetrados y dejando fluir unas interpretaciones contenidas, que irradian paz y que en manos de otra gente serían todo un canto al histrionismo, que ya para eso están los fantasmas y los alivios cómicos, muy presentes en casi todos sus filmes, en este caso es el Maurice Grosse de Simon Mc Burney, aunque los secundarios sean liderados por Frances O’ Connor, una actriz con un sorprendente parecido con la Barbara Hershey , absoluta protagonista de ese clásico llamado “El ente” (1981) de Sidney J. Furie, con la que “El caso Enfield” guarda algunas coincidencias, como la madre sola con sus hijos siendo acosados por el infernal ser. No es la única similitud, pues el extraordinario hallazgo de “El hombre retorcido” enlaza con la interesante “Babadook” (2014) de Jennifer Kent. Buenos ejemplos en los que inspirarse. Y como sucedía en ellas, o en “The conjuring”, los niños están extraordinarios y habremos de hacer caso al maestro Alfred Hitchcock cuando dijo aquello de “- no trabajes con niños, con animales ni con Charles Laughton”, a pesar de que la estrella inglesa solo actuó para el director de “Con la muerte en los talones” (1959) en “La posada de Jamaica” (1939). Ójala todo el celuloide que nos llegue esté a la altura de “Expediente Warren: el caso Enfield”. Eso sería una buena señal.

EXPEDIENTE WARREN: EL CASO ENFIELD – El horror en el tiempo… y el espacio

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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