No he podido resistirlo, en serio. Ha sido volver a pinchar «Ram it down» de Judas Priest, que todo sea dicho, hacía bastante que no sonaba en los altavoces de casa, e irresistiblemente, aquí estoy escribiendo sobre este disco, que por fecha de lanzamiento, forma parte de mi escapada hacia delante en el camino de la vida.
Publicado en el 88, con lo que calculando mentalmente, a punto de cumplir los dieciséis me hallaba. Pero, os aviso ya. No voy a consultar nada para hacer esta entrada, voy a tirar de memoria, porque este disco, como muchos otros, forma parte de mi banda sonora personal, la que pone música a mis momentos alegres y a los tristes, a las caricias y los pellizcos de la vida, la que al final, siempre acaba sonando. Os pongo en antecedentes, no soy el fan nº1 de Judas Priest, pero si que su música es muy importante para mi, porque soy de los que siempre paga sus deudas, especialmente las emocionales. El primer disco que me compré, allá por el 84, cuando aún andaba en E.G.B., fue «Unleashed in the east». No era lo primero que escuchaba de heavy metal, pero si el primer disco que era mío, con el que torturaba al vecindario sin parar, una y otra vez, alternándolo con una cassette de Saxon, que me compré a la misma vez.
Los ochenta fueron tiempos rápidos, más discos y grupos, que medios para descubrirlos. Aún estaba asimilando el hard rock y el heavy metal clásico, cuando me di de frente con el hard rock de corte más comercial y el thrash metal. Esa obsesión por conseguir novedades, y a la vez, descubrir el pasado, todas las bandas que habían dado paso a lo que en ese momento sonaba. Imagino que como cualquiera, entre el 84 y el 86, no daba crédito a lo que escuchaba, todo me gustaba, todo me decía algo, todo lo sentía como mío. Accept, Dio, Iron Maiden, Barón Rojo, Def Leppard, Obus, Banzai, Ozzy.… un sin fin de nombres, y por supuesto Judas, de los que de una tacada, iba haciendo mios discos como «British steel», «Defenders of the faith» o «Screaming for vengeance». En aquellos 80, algún videoclip veías en la tele, y siempre había algún colega que te pasaba alguna cinta de vhs llena de clips del Headbanger Balls. Comprabas la HeavyRock, la Metal Hammer, la Kerrang o la que apareciese por el kiosko de turno, escuchabas cualquier programa de radio que pinchase heavy rock, y escuchabas con atención a aquel colega mayor que tu, que te hablaba de tal o cual banda.
Un cúmulo de emociones, mientras te comenzabas a dejar el pelo largo, a llenar tu chupa vaquera de parches de bandas, a forrar tu carpeta del instituto con fotos recortadas de las revistas, a tener los primeros problemas con una sociedad que no entendía tu forma de vestir, de pensar, a encontrar ese sentimiento de comunidad, de apoyo, en los que eran como tu, mientras tu rebeldía crecía a ritmo de furiosos riffs de guitarra. Nadie necesitaba redes sociales, solo el banco de un parque y un par de litronas, para soñar con comerte el mundo, con escapar algún día, para perderte en las luces de algún gran concierto, mientras aquel radiocassette, lo hacía todo más llevadero, con la última cinta grabada, por ti, o alguno de tus colegas. Aquellos tiempos en los que tenía sentido, aquello de que el heavy metal, era más que una música, era una forma de sentir, de vivir. Y entre vatios y distorsión, problemas adolescentes y tanto por descubrir, para mal o para bien, salía en el 88 nuevo disco de Judas Priest, que no tardé en hacer mío.
Puede que «Ram it down» no sea una de sus obras cumbres, si lo ponemos en comparación con los discos que ya sabemos, y que además la banda venía de las críticas recibidas por «Turbo» y sus sintetizadores. Añádele, que en esos tiempos, un buen puñado de bandas, habían tomado la cima, los gustos del público y de los medios, desde los que proponían recetas más melódicas, a los que habían dado una vuelta de tuerca, girando hacía sonidos más duros, con menos concesiones, y eso dejaba a las grandes bandas, que solo unos años antes, dominaban la escena, en la difícil situación, de no perder comba. Yo caí rendido desde el primer día a este disco, escuchar a Halford cantar «heavy metal, what do you want», era un mensaje que no podía rechazar, ni quería hacerlo, evidentemente.
«Ram it down» era la secuela lógica de «Turbo«, porque las críticas recibidas con este, les llevó a decantarse por darnos una bofetada de heavy metal, con unos riffs furiosos y un Dave Holland con un papel muy importante. Sin dudas, Halford es una de las voces más características y necesarias del metal, así como los riff de Downing y Tipton, y aqui están, y se dejan sentir en canciones como «Come and get it», «Heavy metal», «Ram it down» o «I’m a rocker», esa versión speedica del clasico «Johnny B. Goode» o el sabor añejo de «Love you to death» y el sonido oscuro y pesado de «Monsters of rock». En definitiva, un disco a reivindicar, a volver a escuchar con esas ganas de antaño. Hoy es la tercera vez que suena seguido en casa, y seguro que los vecinos están ya hasta el gorro, que se jodan, que estamos hablando de Judas Priest.
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