Los Odiosos ocho, la nueva película de Quentin Tarantino ha hecho correr ríos de tinta a lo largo del último año, y ahora, una vez estrenada, tal como sucedió con su Django, volverá a estar presente a lo largo de las próximas semanas siendo protagonista de todo tipo de debates encargados de volver a poner encima de la mesa el cine de uno de los grandes nombres del cine de los últimos veinticinco años, básicamente cuando en dos años, 1992 y 1994, sorprendió a todo el mundo con dos monumentales obras maestras consecutivas, Reservoir Dogs y Pulp Fiction, que lo elevaron por la vía directa al Olimpo de los grandes.
Pero los años transcurren y hay que seguir manteniendo el tipo, y si bien años después, en 1997, volvía a demostrar sus buenas maneras con Jackie Brown, y aunque la cinta transitase por la banda alta, ya no consiguió llegar a la excelencia de las dos anteriores, pero seguía demostrando que los suyo seguía siendo cine en mayúsculas. Siguieron las dos entregas de Kill Bill, excelentes ambas, pero ya desprovistas de esa magia de las tres primeras, cosa que también encontrábamos en la más que notable Bastardos, hasta llegar en el 2102 al Django Unchained, y ahí tuvimos una prueba evidente de que algo empezaba a fallar en el Universo Tarantino, con una película con dos partes bien diferenciadas con una primera parte que rozaba la excelencia para luego caer en picado para llegar a rozar el ridículo. Un primer síntoma de que algo empezaba a no girar redondo en el cine del que en la década de los noventa estaba destinado a tener un lugar entre los más grandes.
Y tras esa irregular Django, ahora, tres años después, nos llegan estos ocho, la que estaba destinada a convertirse en una de las películas del año, y que de primeras ya ha recibido el primer revolcón al no conseguir entrar en la lucha de los grandes premios de la Academia.
La puesta en escena de Los Ocho Odiosos, gracias al formato que recupera Tarantino, nos recuerda, y mucho, a esos grandes momentos que le hicieron grande, y como dos horas y cuarenta minutos dan para mucho, se toma el tiempo necesario para diseñar un inicio grandioso en medio de un escenario natural que lo realza todavía más. Un inicio en el que, y aquí ya empezamos a toparnos con el primero de los problemas, nada nos es nuevo y es algo que ya habíamos visto, tanto en el cine de Tarantino, como en alguno de los que fueron sus maestros, pero al fin y al cabo no se trata más que de situar estratégicamente las piezas en el tablero de juego que nos va a acompañar a lo largo de toda la cinta.
Un tablero situado en medio de la nada y que si bien aquí Tarantino, quizás porque se trata de un genero al que siente devoción, lo sitúa en el lejano Oeste, bien, y más teniendo en cuenta todo lo que va a acontecer, pudiera situarlo en cualquier otro lado y momento,y que ya en el momento en que Marquis, John, magnifico Kurt Russell y Daisy , no tanto Jennifer Jason Leigh , abren la puerta, ya sabemos de que color se va a teñir, y es que no tarda mucho en sobrevolar el espíritu de Reservoir Dogs por la sala. La planificación escénica y la presentación de los diversos personajes que ahí se dan cinta, como no podía ser de otro modo es ejemplar, si bien, de nuevo nos topamos con ese problema antes mencionado, y es que nada es nuevo, y todos sabemos que un sólo color va acabar tiñiendo el suelo, y eso es algo que ya vimos hace un par de décadas en la cinta que catapultó a lo más alto a un joven llamado Quentin Tarantino.
Algo más de una hora en la que los actores dan rienda suelta a su talento, cosa que logra fácilmente Tarantino, aunque y quizás sea debido sólo a una debilidad personal por Michael Madsen, se antoja que su papel se queda corto y es merecedor de tener más juego, y, de nuevo en una apreciación personal, es que es cerrar los ojos e imaginar a Christoph Waltz dando vida a Oswaldo en vez de un Tim Roth que no acaba de sacarle todo el provecho de ese caramelo que es dar vida al presunto verdugo. Una primera parte en la que nada es lo que parece y que acaba desembocando, pasando primero por una revisión muy a lo Tarantino de Los diez negritos de Agatha Christie que, de la mano del siempre eficaz Samuel L. Jackson, en una esperpéntica segunda parte en la que Quentin vuelve a caer en los mismos errores de su anterior película, y tras la más que convincente explicación de los hechos previos a la llegada a ese refugio en medio de la nada de John, Daisy y Marquis, la sutileza y los diálogos dan paso a esa orgía gore que al parecer tanto le gusta a Tarantino. Una orgía gore que nosotros, tal como he comentado más arriba ya sabíamos que iba a tener lugar, y es que el director que nos sorprendió con Reservoir Dogs y Pulp Fiction, a estas alturas ya no sorprende a nadie, por lo que lo mejor es dejarse llevar y «disfrutar» de esa carnicería final que tiene su cenit cuando Daisy decide cortar las cadenas en busca de su libertad, después de que a lo largo de las dos horas anteriores haya tenido que sufrir en sus carnes, o mejor en su cara, todos esos momentos frutos de la mente del encargado de escribir el guión, que no es otro que el bueno de Quentin Tarantino.
Los Odiosos ocho volverá a tener el largo debate que suelen tener las últimas películas del genio de Knoxville. Para algunos será otra obra maestra que pasará a engrosar su curriculum, mientras que para otros no será más que otra buena película, mientras que los menos dirán que es un director sobrevalorado, cosa que hace veinte años no pasaba ya que la crítica y el público era unánime al señalar que Reservoir y Pulp eran dos monumentales obras maestras. Un síntoma de que, tal como pasó antes con tipos como Ridley Scott, no es tan fácil llegar a ser un Kubrick, Scorsese, Coppola, Bertolucci, Lynch…
Mas de lo mismo por parte de Quentin Tarantino, a los 30 minutos me aburrió, los mas destacable es la banda sonora de Ennio Morricone.