Dos bandas de directo bien afamado formaban equipo el 17 de enero en la Sala El Sol. Los madrileños 69 Revoluciones, con un notable nuevo álbum recién estrenado, y los míticos Quireboys, cuyo rock and roll festivo nunca pasará de moda. Un llenazo del que todo el que trabajó para que fuese posible que el público saltase, gritase fuera de tono y se despojase de toda fatiga, debería sentirse orgulloso.

Si bien los presentes no se entregaron en demasía a los madrileños, una banda que reclamo orgullosa y necesariamente visto el desconocimiento general, estos acabaron ganándose aplausos y ovaciones poco contenidas. Los temas de su Nornoroeste -«Ángulo Muerto», «Heroes de Barrio», «Árido» o «Lo que iba a acabar bien»- sonaron bien engrasados, rodados en el local de ensayo hasta hacer cayo, con un cumplidor Teo al que le faltó escenario que pisar. El grupo suena a trabajo, a experiencia, pero falta movimiento que complemente a la profesionalidad, que de esta van sobrados. «A través del cristal» sonó a himno, y el bolo acabó haciéndose corto. Dejaron al público en su punto, hambrientos de más guitarras, sedientos de alcohol y ansiosos de música.

Los Quireboys se hicieron esperar el tiempo justo para vaciar la vejiga y pasarse por la barra una vez más. En cosa de quince minutos ya teníamos a Spike y los suyos sobre el escenario, el primero con un destacable exceso etílico, rebosante de carisma y sonrisas; el resto, más cabizbajos de lo que su música requiere. El panorama no tardó en animarse, y la mayoría de los músicos levantaron la mirada y estiraron los carrillos hasta que se les vieron los dientes. Tocar, eso sí, tocaron de cojones: efectivos, con un rodaje hecho durante más de veinte años y divertido como una fiesta a la carta.

El sonido, sin embargo, no acompañó del todo. Los agudos eran estridentes, faltaban graves y a Spike costó escucharle durante gran parte del show. Los Quireboys jugaban con cartas marcadas, las que se han ganado en cada ocasión que han pisado la capital: el público les iba a apoyar sí o sí. Desde «Too Much of a Good Thing» hasta «Roses & Rings», las más sufridoras de la mala ecualización, a nadie se le escapó un estribillo. Spike respondía a la aclamación popular con movimientos de cadera, malabares con el micro y cantando a su manera. El resto de la banda cumplía instrumentalmente, y con creces. Los duelos guitarreros de esta banda son el 50% del show, pero indudablemente, la fiesta en persona era Spike.

Spike y, por supuesto, las canciones. Un setlist formado por la casi totalidad de un clásico como A Bit of What You Fancy y algunos buenos temas del resto de su discografía, como «Mona Lisa Smiled», «Tramps and Thieves» o «Beautiful Curse», que fueron prácticamente tan coreadas como «Hey You». La sala se vino abajo con los bises, la apuesta segura de la banda: «I Love This Dirty Town» y «Sex Party», sin dar lugar a pensar «así, cualquiera…», pues para cantar esos temas, hacerlos sonar a desmadre de esa forma tan sucia, con esa magnética pose de chulo elegante, hay que ser algo más que cualquiera. Si agotan tickets, es por momentos como las espectaculares «7 O’Clock» y «This Is Rock´N´Roll», y es que el sonido de la fiesta, la amistad y los brindis, no lo tienen tantas bandas como podría parecer. Pasarán los años, y seguirán siendo una apuesta segura para desconectar, reír y reencontrarse con el rock más divertido, sincero y desvergonzado, como nos gusta desde críos.

by: Edgar

by: Edgar

A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.

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