El sueco Ruben Östlund se ha convertido en un casi cronista de las miserias de las clases adineradas, sobre todo con el tríptico conformado por sus tres últimos trabajos “Fuerza mayor”, “The square” y este “El triángulo de la tristeza” con la que ha conseguido su segunda Palma de Oro en Cannes (tras “The square”) y tres candidaturas principales en los Oscars de este año (película, director y guion). Un cineasta dotado de talento pero que tras un humor satírico y mordaz esconde cierta irregularidad en sus planteamientos.

Como sucedía en “The square” lo que se narra no da para dos horas y media de metraje así que en su largo segundo acto, hiperboliza todo el argumento, incluso llegando a lo chabacano y desagradable, para epatar a un supuesto público bien pensante (que supongo que no verá la película). Así que entendemos que su pretencioso y algo masturbatorio guion está pensado para esas clases pudientes y de izquierdas que se reirán de las ocurrencias de Östlund pensando que ellos no tienen nada que ver con lo representado en pantalla, pudiendo mirar por encima del hombro a los que consideran fuera del discurso que ofrece “El triángulo de la tristeza”.

En el largometraje se divide en tres episodios, donde en uno se critica el interés sentimental de una pareja superficial, él modelo y ella “influencer” que bajo una discusión sobre quien paga una cena desemboca en estos nuevos modelos amorosos basados en el interés individual. La segunda parte se narra en un crucero de lujo que sirve como metáfora de las miserias del capitalismo conformado por seres mediocres que se vuelven millonarios sin hacer nada útil y una tripulación sumisa ante la propina que seguro que recibirán. Como único lunar aparece un capitán marxista que dinamitará la agradable estancia de tan caprichosos seres hasta desembocar en un naufragio en una isla donde los pobres se convierten en los poderosos obligando a los señores a plegarse a sus deseos e, incluso, prostituirse por comida en un giro que recuerda a lo acontecido en “El señor de las moscas” de William Golding.

Östlund dirige con corrección y sorprende con una puesta en escena con largos “travellings” por los pasillos y una forma de dirigir las fiestas que funciona, casi en forma de “realismo mágico” (como sucedía también en “The square”) potenciado con la elección de canciones. Es una de sus principales bazas aunque seguimos prefiriendo esa fórmula en la obra maestra de Paolo Sorrentino “La gran belleza”. El reparto se vuelve coral y los protagonistas de la primera parte Harris Dickinson y la fallecida Charlbi Dean pierden su puesto frente a Woody Harrelson y Zlatko Buric en el yate y compartiendo importancia con Donna De Leon en el desenlace.

A pesar de sus virtudes (que las tiene), “El triángulo de la tristeza” es un film irregular y con ciertos altibajos y aunque es verdad que sus dos horas y media de metraje no se hacen del todo pesadas, sí hay momentos que parece que la estructura es repetitiva y que esa pretende ser la gracia, como puede suceder en la serie “Padre de familia” donde Seth Mc Farlane utiliza esa misma fórmula para entretener a un público concreto. Pero su revolucionario y anti sistema discurso queda lejos de impresionar, sorprender o escandalizar en el 2023, más si se tiene en cuenta que es el predominante en la cultura actual. Una astracanada brillante por momentos pero demasiada pretenciosa, donde su supuesto espíritu revolucionario se queda vacío de contenido merced a su enorme colección de tópicos.

El triángulo de la tristeza

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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