Descubrimos al cineasta Bernard Rose a finales de los ochenta con la estupenda “La casa de papel”, un fantástico y terror que vimos de estreno en el extinto cine Torre de Madrid (convertido después en sala de conciertos y discoteca). Tras ello y con una sólida carrera en el videoclip (incluida la versión prohibida del “Relax” de Frankie goes to Hollywood” ambientada en un sórdido ambiente gay y sadomasoquista. Un tema que casaba a la perfección dentro de la banda sonora de la enfermiza obra maestra de Brian De Palma “Doble cuerpo”) llegaba su aldabonazo definitivo con la impactante “Candyman, el dominio de la mente”. Dos películas de horror que le otorgaban unas magníficas expectativas que nunca se cumplieron pues tras “Amor inmortal” dejó de estrenar en salas comerciales aunque jamás dejó de trabajar en una filmografía mediocre tras su gran éxito.
“Candyman” se convirtió pronto en un título de culto, con una interesante secuela “Candyman 2: Adiós a la carne” que firmó Bill Condon y una inferior tercera más que limitada. Una historia sencilla, de leyenda urbana, donde si se decía cinco veces frente a un espejo el maldito nombre aparecía un espíritu del pasado. Un gigantesco hombre rodeado de abejas y con un gancho por mano para asesinar al incauto invocador. Todo se debía a la venganza de un esclavo negro, que embarazó a la blanca señora de la casa tras un amor imposible y que fue ajusticiado de una horrible manera por la familia y el racista pueblo. Aprovechando la idea original se nos ofrece esta nueva versión de “Candyman” que lleva el sello de otro especialista en terror moderno como Jordan Peele, célebre por sus cintas «Déjame salir» y “Nosotros” y que está produciendo unas cuantas cintas sobre temas raciales, más o menos camufladas en cine de género. Aquí se reserva labores de co guionista y productor, dejando la realización a Nia Da Costa que firma su trabajo más importante hasta la fecha aunque ya tiene preparada la segunda parte de “Capitana Marvel”. La estadounidense juega la baza de la leyenda para ofrecernos una denuncia del racismo en su país y el activismo social, al encerrar conscientemente a los negros en “guetos” condenándolos a la marginalidad, la miseria y no poder salir de ese muro creado por el pérfido hombre blanco. A pesar de la arriesgada propuesta, no sale mal parada la empresa pues este nuevo “Candyman” posee unas cuantas de las virtudes de su antecesora, no limitándose a un “remake” sino ofreciendo una versión libre, con hechos nuevos y concesiones a la primera parte. En esta ocasión tenemos a un artista de Chicago que tras estudiar el mito de Candyman ofrece una exposición con un espejo de protagonista para recitar cinco veces la terrible letanía. A eso se suma que la zona donde se asienta un gueto para negros fue antes una urbanización de ricos, donde se ubicaba la universidad de la primera parte y el lugar donde murió el espectro.
Se agradece que dentro del desconocido reparto (cumplidor por otra parte) se encuentre Tony Todd, el “Candyman” de los tres anteriores largometrajes con su imponente presencia y su voz profunda y cavernosa. Sus escenas son las más brillantes y a pesar de sólo tener tres secuencias de violencia alguna tiene una puesta en escena interesante de esas que no se olvida (sobre todo la del baño de las chicas). Nia Da Costa se centra en componer su discurso contra el racismo intentando hibridarlo dentro del terrorífico relato (no olvidemos que la novela original es de Clive Barker) aunque la fotografía nos resulta demasiado oscura y la música, sin ser mala, no hace que olvidemos la extraordinaria partitura de Philip Glass para la original y su secuela.
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