Desde su confirmación con “Boogie nights”, la trayectoria de Paul Thomas Anderson ha ido en ascenso aunque con cierta irregularidad, pues a pesar de títulos como “Magnolia” o “Pozos de ambición” también hay algunas lagunas tipo “The Master” o “Puro Vicio”.

Y el gran problema de “Una batalla tras otra” tiene que ver con los fallidos títulos antes referidos pues parece que Anderson tiene problemas para el humor pues estamos ante una supuesta comedia de acción, con tintes dramáticos pero su ironía y sarcasmo es pueril, con simple espíritu nihilista y como sucedía en “Puro vicio” un metraje alargado pues no creemos que sean necesarias cerca de tres horas menos cuarto para narrar un supuesto golpe a la política de Donald Trump, con todos los tópicos habidos y por haber: militares blancos con poder y malvados, negros revolucionarios luchando por ideales nobles, villanos estúpidos y buenos inteligentes. Y así “ad nauseam”.
Además se banaliza el terrorismo. No el yihadista pero sí el de Nueva Izquierda que encarnaron grupos tan poco edificantes como las Brigadas Rojas, la Baader Meinhof o, incluso, ETA en Europa y las Panteras Negras en Estados Unidos. Un argumento delicado que parece explicar que esas acciones violentas son lícitas si el gobierno realiza desmanes, como sucedía en “V de Vendetta”.
Sin embargo, su principal defecto se encuentra en como cuenta su historia, con ese guion lleno de arquetipos que encabeza el patético personaje encarnado por Sean Penn, un oficial que acaba convertido en una caricatura desde su presentación. Lo mismo sucede con el rol de Teyana Taylor, una revolucionaria empoderada y gritona que tampoco soporta el mínimo análisis.
Frente a ellos, Benicio Del Toro y Leonardo Di Caprio tienen buenos momentos pero representan un tipo de personas fuera de la sociedad, dos mentes que apenas creen en nada, al estilo de los dos protagonistas de “Miedo y asco en Las Vegas” o en los de “El Gran Lebowski”. Y no es casualidad, pues se pueden encontrar elementos de los Hermanos Coen en esta “Una batalla tras otra”.
Lo que es innegable es que Paul Thomas Anderson tiene talento en la creación de secuencias e imágenes, apoyado en una gran fotografía de Michael Bauman y además tiene ritmo pero queda lejos de sus mejores trabajos. Muchos más irregular que sus mejores obras y tampoco llega a la primera parte de “Licorice Pizza” o la segunda de “El hilo invisible”, sus anteriores proyectos.
El largometraje está gustando mucho y a buen seguro encantará a público y crítica comprometida con la causa que intenta denunciar pero bajo el supuesto envoltorio artístico poco queda en cuanto se rasque un poco la superficie.




















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