Zahara de la Sierra es una de las poblaciones más impactantes que uno pueda ver en España. Con razón se encuentra en la «Ruta de los pueblos más bonitos de España» por el cuidado de sus calles, la blancura de sus casas y su peculiar orografía con castillo en lo alto y lago en su parte baja. Sitio encantador en el corazón de la provincia de Cádiz. Además como suele ocurrir por la zona, la comida suele ser extraordinaria, con verduras de huerto, carnes y caza de envergadura y quesos y vinos artesanos y ecológicos. Por lo tanto es normal que el matrimonio formado por el chef estadounidenses Stefan Crites y su mujer, la británica Mona Arain se enamorasen del lugar y se hayan establecido desde hace más de una década en el coqueto Hotel-Boutique Al Lago, que regentan junto a su magnífico restaurante, al que hemos tenido la suerte de visitar en un par de ocasiones, ambas con satisfactorios resultados, pues el nivel demostrado tanto en producto como en elaboraciones nos ha complacido, tanto en calidad como en precio. Probamos en una ocasión platos de su carta y en otra el menú degustación en su impagable terraza con vistas al embalse de Zahara- El Gastor de la que le viene el nombre.
De su acertada carta solicitamos un hummus de calabaza con palitos de verduras que nos satisfizo pues si el cremoso puré estaba riquísimo, los crudités de verduras eran perfectos; tiernos, con sabor y crujientes de textura.
Para hacerle una fiesta las alcachofas al Tío Pepe con salsa romesco y almendras laminadas, limpias hasta el corazón por lo que el bocado era sabroso, aumentado por el maravilloso fino de las Bodegas González Byass. Somos partidarios de partir la alcachofa dejando sólo la parte más tierna, pues como escuchamos a un cocinero televisivo si ellos no cortan lo suficiente, lo escupe el comensal en mesa.
Tras el rico amargor del plato rematamos con una pizza de verduras sorprendente. Masa casera fina, queso de verdad (no sucedáneos de mozzarella) y vegetales de «altos vuelos», con calabacín, puntas de trigueros o pimientos perfectos e integrados. No comíamos una tan buena desde el pasado año cuando visitamos la Toscana.
Su menú degustación son seis platos de temporada que van cambiando según estación y que esconde un maridaje de vinos de la zona, muchos de ellos de poca producción y que no pueden viajar pues al ser producción ecológica se perderían en el camino. Las raciones son abundantes, así que recomendamos ir con hambre para disfrutar de esta cocina honrada, basada en la calidad y la honestidad de elaboraciones donde se respeta el producto y no se esconde en salsas imposibles que enmascaran sabores.
La entrada fue con un refrescante ajoblanco, servido con almendras laminadas en el fondo y un buenísimo sorbete de tomate, sobre el que se vierte la crema fría. Buen acompañamiento con una copa de manzanilla Solear de Sanlúcar de Barrameda.
Tras el primer entrante aparecía por mesa unos langostinos al pil pil, con un punto picante gracias a unas enormes cayenas de una zona cercana. Poco que objetar, salvo, quizás, el maridaje aunque reconozco que los vinos rosados no son lo mío. El «Lágrimas de rosado» de la riojana Barón de Ley no nos convenció, con el plato muy por encima del vino, al que además notamos algo caliente de temperatura . Aun así, las sensaciones eran buenas.
Más con el tartar de salmón con ali oli de wasabi y rúcula. Pleno de sabor, bien presentado e integrado en sus ingredientes y con un maridaje original y acertado, al servirnos un vino de la cercana Ronda: un Chardonnay de nombre Chloe.
Tras el pescado esperábamos la carne y de nuevo acierto con su estupendo magret de pato con Pedro Ximénez y naranjas, donde la salsa no escondía sabor ni textura, potenciando el ave, perfecta en su cocinado. De nuevo, maridaje sorprendente con el Niño León, tinto de Ronda plurivarietal de cabernet sauvignon, merlot y petit verdot.
Tras los platos salados, agradecimos la tabla de quesos, con tres referencias de cabra payoya, una de las maravillas que ofrece la Sierra de Grazalema. Un semi, otro curado y otro al romero. Los tres se convertían en un venial pecado acompañados por el Fine Tempo, un syrah hecho en Zahara de la Sierra, de producción ecológica y más que limitada que por lo tanto no puede pasear más que unos kilómetros de su pueblo de origen.
Para rematar una golosa torta de chocolate con sorbete de nuez de coco aunque ese día también nos ofrecieron una deliciosa natilla de chocolate blanco con frutos rojos, ambas lo suficientemente dulces para que el moscatel de Tenerife de nombre Malvasía sirviese de contrapunto, ya que la uva canaria no tiene tanto azúcar como la gaditana.
Con los cafés, tuvieron el detalle de obsequiarnos con unos generosos chupitos de limoncello casero que nos obligó a subir por el jardín de pinsapos (un curioso abeto que crece por esta parte de la geografía meridional) para rebajar la lustrosa pitanza. No era para menos. Visitar «Al Lago» es un lujo al alcance de cualquier bolsillo, con unos profesionales al frente que miman al cliente y cuidan sus esmerados platos, ajustando el precio al máximo. Merecen nuestro reconocimiento y ya estamos con ganas de volver a visitar su bonito restaurante.
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