Alexandre Aja se convirtió en uno de los abanderados del “nuevo extremismo francés” con la maravillosa “Alta tensión”. Siguió con tres dignos “remakes” de “Las colinas tienen ojos”, “Reflejos” y “Piraña”, dos fracasos en taquilla y su anterior y divertidísima «Infierno bajo el agua». Todo un nombre que se une a una buena hornada de cineastas galos dedicados al terror y el fantástico. En “Oxígeno” aparecen como productores Frank Khalfoun y su antiguo coguionista Gregory Levasseur, junto a la actriz Noomi Rapace.
Con esta cinta, Aja deja a un lado el terror y el gore, ofreciéndonos un cóctel de suspense y ciencia ficción. Una película con un comienzo que recuerda al de la interesante “Enterrado” de Rodrigo Cortés, con una mujer que despierta en una cámara criogénica, sin saber quién es, con la sola compañía de la voz de un ordenador y con la intención de salir de ese ataúd al que se le va acabando el oxígeno y con él las posibilidades de seguir viviendo. Un guion, el de Christie Le Blanc, que si bien no es original sí nos mantiene en tensión, con unos cuantos giros argumentales que al final consigue que se distancie un trecho de “Buried”, al optar por la ciencia ficción, con toques del Hall 9000 del “2001: Una odisea en el espacio” de Kubrick o “Madre” en “Alien, el octavo pasajero” como referentes en la concepción de la computadora e, incluso, algún toque del “Solaris” de Tarkovski en su desenlace. Por desgracia, no podemos desvelar demasiado del argumento para no contar en exceso partes fundamentales de la trama y destrozar las sorpresas pero sí podemos decir que está bien llevado y más de una de las soluciones resultan imaginativas.
Pero al frente está Alexandre Aja, alguien dotado para dotar de ritmo a sus historias y que a pesar de verse limitado por, en principio, un único escenario principal lleva sin problema la narración, con una puesta en escena menos alambicada de lo habitual en él, por las limitaciones propias de un solo decorado, pero resuelta de forma admirable, con numerosos primeros planos de su protagonista, una espectacular utilización del mínimo espacio y unos efectos especiales integrados en la acción, como si de un capítulo de «Black Mirror» se tratase. Su resultado son poco menos de hora y tres cuartos de metraje que pasan en un suspiro, manteniéndonos en tensión y buscando soluciones entre ciertos dilemas morales que se van resolviendo según avanza el metraje.
Para ello se necesita una actriz de carácter y Melanie Laurent funciona a la perfección. No la veíamos desde el estreno de «Mia y el leon blanco» pero desde su descubrimiento en Estados Unidos en 2009 con “Malditos bastardos”, ha tenido una carrera regular con un magnífico año 2013 con sus papeles en «Tren nocturno a Lisboa» de Bille August, la hollywoodiense “Ahora me ves” y, sobre todo, con su maravilloso papel en la atractiva «Enemy» de Denis Villenauve. La réplica la da Mathieu Amalric como la voz del ordenador M.I.L.O., que con su buen hacer con la inflexiones y neutro tono vocal consigue crear un personaje que en algunos momentos nos parecerá cruel, en otros adorable y hasta irónico. No es una labor sencilla pero ambos están más que correctos.
En el capítulo técnico destaca la banda sonora de sintetizador de Robin Coudert (firmando como Rob) y una fotografía adecuada de Maxime Alexandre, que da la impresión por su inicio de que puede ser de esas demasiado oscuras pero que emerge y se convierte en luminosa, tanto en la cápsula como en sus acertados insertos que Aja utiliza como una nebulosa de recuerdos pero que nos van ofreciendo algunas pistas sobre lo que está sucediendo.
Un cambio desde el terror que agradecemos en un realizador dotado de un inmenso talento y que con esta producción para Netflix consigue su trabajo más accesible para el gran público, no preparado para esas “carnicerías” con litros de hemoglobina que le han hecho célebre.
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