Un clásico de los sesenta fue «Nacida libre», la historia de una mujer que convivía con unos cachorros de león en Kenia y que antes de que los animales fuesen cazados, debía llevar a uno de ellos a una reserva para poder vivir lejos de cazadores. Un alegato en favor de los derechos de los animales que tuvo una enorme repercusión en su día, una preciosa banda sonora de John Barry y que ha servido de precedente a esta que ahora nos ocupa.
Eso sí, la acción se traslada a Sudáfrica, tal vez el país más rico de la zona, y uno de los destinos preferidos por las empresas que organizan safaris por África junto a Zimbabue, Botsuana, Namibia y Tanzania. Allí se muda una familia desde Londres, tras dejar la sábana hace unos cuantos años por motivos que sabremos más tarde. Y entre animales salvajes se mueven los padres con sus dos hijos manteniendo una granja de leones para venta a zoológicos, parques naturales y visitas de turistas en el hotel adyacente. El nacimiento de un león blanco creará un fuerte vínculo entre el cachorro y la hija, un amor casi fraternal entre la inadaptada niña y el felino (que todo aquel que tenga gato comprenderá y empatizará con ambos), pues la fiera parece comportarse como una mascota gigante, a pesar de las advertencias del padre por su naturaleza salvaje, que hará que en algún momento devore a su dueña al sentirla como presa.
Como se puede observar, la película es un canto al amor por los animales y una crítica a la caza, cosa que se lleva haciendo desde tiempos inmemoriales en el cine, sobre todo desde esa antropomorfización que ideó Walt Disney y que otorgaba cualidades humanas a otras criaturas. Aquí lo que existe es, quizás, más peligroso pues lo que destila su argumento es la capacidad para convertir bestias salvajes en domesticadas, pues el león blanco del título se comporta como tal, de ahí la analogía con los gatos antes descrita, así que la cinta bordea algunas opiniones no del todo serias. Y eso, teniendo como objetivo potencial el público infantil es cuanto menos peligroso. Lo mismo sucede con la diversidad racial, pues todos los protagonistas son blancos y la única negra es una sirviente que parece Hattie Mc Daniel en «Lo que el viento se llevó».
Irregular resultado merced a un guion que flaquea y que en más de un momento es de una inverosimilitud máxima aunque su realizador, el semi desconocido en España, Gilles de Maistre intenta dirigir de forma clásica, por lo que apoyado en la fotografía de Brendan Barnes y la étnica banda sonora de Armand Amar, sí dota a su epopeya de un tono lírico y de postal, lejos eso sí, de «Memorias de África», arquetipo de este tipo de producciones que buscan la belleza del plano y el sol africano. Una puesta en escena donde hay que agradecer la no utilización de efectos visuales, trabajando con animales reales, lo que ha conseguido que el largometraje se haya filmado en tres años y veámos la evolución de su joven protagonista Daniah de Villiers y el león Charlie. Los actores sirven como mera excusa dejando el ritmo a esa «extraña pareja». Lo único destacable es Mélanie Laurent, actriz francesa cuyo papel más interesante fue en la notable «Enemy» de Denis Villenauve, como una de las novias del «hombre duplicado».
Cinta entretenida, perfecta para ver con menores (el cine donde la vimos estaba lleno de padres y tíos con hijos y sobrinos) y que les enseñará valores en la relación entre humanos y animales, aunque por lo explicado antes parece estar rodada para habitantes urbanitas, pues el amor a otras especies no conviene convertirlo en descuido, tratando a peligrosas e imponentes criaturas en poco más que peluches, como hemos podido observar con un polémico, y reciente, vídeo donde la cabeza de cartel de un partido político aparecía en un anuncio electoral jugando con un supuesto toro bravo para concienciar de la bondad del bóvido y el poco valor de los toreros. El problema radicaba en que el toro no era tal sino un buey, animal manso para otras labores. Y engañar de esa forma no tiene más sentido que apelar a lo visceral y sentimental para conseguir rédito frente a la fría, y a veces despiadada, razón.
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