«María, Reina de Escocia» narra las luchas de poder entre la monarca de Inglaterra y la de Escocia; Isabel y María, primas que se enfrentaron por la unificación de la corona, al volver una de Francia hasta Edimburgo tras haber enviudado. Historia que ya vimos en otro título homónimo de principios de los setenta, con dos damas del cine británico como Vanessa Redgrave y Glenda Jackson.
Esta versión, aunque mantiene una manufactura clásica en la filmación, utiliza una serie de heterodoxias en la puesta en escena que no terminamos de entender bien. Lo explicamos mejor con unos ejemplos: primero, intentan dar una visión empoderada de la mujer, acorde a estos tiempos, donde ambas «majestades» son las que deciden y mandan, acostándose con quien les apetece, incluso aunque no estén casadas, cosa que sorprende en el siglo XVI y encima hablando de la sucesión al trono por motivos religiosos entre católicos y protestantes, poco amigos en esos años del adulterio y el sexo antes del matrimonio. Momento especial es cuando María I, dice a su prometido que no consume el acto y él a cambio le practica un «cunnilingus». No es la única secuencia que «chirría» pues la corte escocesa es todo un canto a la diversidad, ya que no solo se permite la homosexualidad, el travestismo y el género fluido sino que ni siquiera se escandaliza la soberana al ser infiel su marido en la noche de bodas con uno de sus sirvientes.
Dos reinas, que a pesar de su poder no pueden lograr la paz por la perversidad de un mundo diseñado por hombres y donde estos, inician guerras y representan toda la villanía y la maldad. Lo curioso del argumento es que a pesar de su poder, ambas mujeres queden supeditadas a sus Consejos, dominados por los tiránicos varones. Los únicos adalides del género masculino que son diplomáticos o gente que intenta conseguir la paz son de razas diversas (asiáticos, latinos o negros). Una licencia que vimos por primera vez en «Mucho ruido y pocas nueces», donde Kenneth Branagh utilizaba como Rey de Aragón a Denzel Washington. Lo que sucede es que en la cinta del que mejor ha plasmado en cine a Shakespeare (Laurence Olivier incluído) no importaba, y era una originalidad que mejoraba la puesta en escena y acababa potenciado la comedia, cosa que luego repitió en su shakesperiano «Thor», donde Heimdall era Idris Elba, ante el enfado de miles de seguidores del cómic. En «María, Reina de Escocia» todo suena a impostado, a mentira y a corrección política.
Su responsable Josie Rourke, como Branagh, proviene del teatro, y en su paso a los 35 mms, ha decidido un argumento de época donde en principio se sienta cómoda. Lo que sucede es que la realización es plana, fría en imágenes y centrándose en los diálogos, donde el guion de Beau Willimon, el autor de «House of cards», es lo más sobresaliente con esas disputas, intrigas y traiciones palaciegas bien definidas. Lástima que la dirección sea tan mecánica, con abuso de primeros planos de sus dos protagonistas. Si seguimos comparando con Branagh, es incomprable esta «opera prima» con la excelsa «Henry V».
Si funciona la dirección de actores, pues tanto Saorsie Ronan como Margot Robbie demuestran lo excelentes actrices que son y el talento que atesoran, aunque el peso de la trama lo lleve el personaje de Saorsie Ronan. Dos papeles que suelen gustar en la Academia pero ninguna de las dos ha sido nominada al Oscar, pensamos que lastradas por el fallido resultado final, consiguiendo solo dos candidaturas menores como maquillaje y peluquería y vestuario, que todo hay que decir es espléndido. De hecho, en múltiples aspectos técnicos la cinta destaca pero sigue esa sensación de impostura, pues no se puede decir nada malo de la fotografía de John Mathieson, donde combina unos espectaculares generales con bellísimos paisajes escoceses con unos sobrios y más oscuros interiores, pero nos recuerda en demasía al mismo tratamiento de la imagen de Stanley Kubrick en «Barry Lyndon» que filmó con maestría John Alcott. Incluso la banda sonora de Max Richter recuerda a todas las compuestas por los músicos «new age» tipo Michael Nyman o Philip Glass, aunque parece una burda copia.
Un envoltorio bonito, amplio presupuesto, buenos actores, entre los secundarios aparecen Guy Pearce, aquel proyecto de estrella con «L.A. Confidential» y «Memento» y Brendan Coyle, el inolvidable John Bates de «Downton Abbey» y magníficos técnicos, pero que «rascando» esa superficie y ahondando en su interior resulta un producto falso, posmoderno y, lo peor, no aporta nada al espectro cinematográfico. Mal «debut» en pantalla grande para Josie Rourke, esperemos que para dirección escénica esté mejor dotada.
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